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En el imaginario país de los corruptos estos consideran que sus conciudadanos se dividen en dos grupos: los sobornables y los demás, y como el ladrón juzga por su condición, ‘los demás’ deben ser iguales a ellos, por tanto si se oponen a sus designios no será por honrados, sino porque deben estar en contubernio con otros y, en consecuencia, se perciben como enemigos. Entonces, una vez abortado el intento de soborno, queda la opción de recurrir al chantaje, cuyo objeto es que alguien haga o deje de hacer algo en contra de su criterio y voluntad, bajo la amenaza de verse perjudicado física, económica o moralmente. En el mundo real actual las interceptaciones o ‘chuzadas’ telefónicas están en el orden del día como un novedoso y eficaz instrumento de chantaje.

En efecto, Peter Singer, profesor de bioética, dice en su reciente artículo en El Tiempo: “La cuestión no es qué información reúne un gobierno, empresa (o persona). Yo me escandalizaría si, por ejemplo, el gobierno (de Estados Unidos) estuviera usando la información privada para chantajear a políticos (extranjeros) y obligarlos a servir a sus intereses, o si esa información se filtrara a los diarios con la intención de desprestigiar a críticos de sus políticas”. En Barranquilla las chuzadas han tenido como propósito exactamente lo que escandaliza al ilustre profesor. Se logra identificar tres tipos de chuzados: El primero, aquellos cuya chuzada se hace pública, lo que tiene la evidente intención de desprestigiarlos; no importa que no se comprobasen delitos, pero los contenidos son seleccionados para fabricar infundios o avergonzar a la víctima por cualquier salida de tono privada y descontextualizada. El segundo tipo lo conforman aquellos a quienes secretamente se les hace llegar un aparte revelador de la grabación, para chantajearlos en su función como funcionario público o gremial, abogado o periodista, empresario o parlamentario, explotando algún vicio, infidencia, preferencia sexual oculta, infidelidad conyugal, deslealtad política o laboral y un largo etcétera de debilidades humanas. Y el tercer tipo lo constituye todo el resto de personas, como víctimas potenciales, pues al evidenciar su capacidad de chuzar a cualquiera se intimida a todos. Todo el mundo tiene información privada de diversa índole. La violación de esa privacidad viola también la ley y la constitución.

Esos evidentes objetivos tipifican una conducta delincuencial de los autores de las chuzadas y colocan a los iniciales difusores de las mismas en el papel de emisarios de quienes delinquen, aunque aduzcan desconocer sus nombres. Además, quienes convirtiendo en oficio “la cotidiana tergiversación de nuestras vidas”, como señalara el poeta Jorge Zalamea, acosan a los chuzados con el contenido de las ilegales grabaciones, pasarían de ser mensajeros a coautores del delito, pues de esa manera completan sus ilícitos objetivos. Así de simple y así de grave. ¿Está la ciudadanía, al tanto del escarnio público desde hace un lustro, escandalizada? ¿O estamos ya todos bajo los efectos del veneno inoculado individual y colectivamente con las chuzadas? La sintomatología incluye insomnio, parálisis, amnesia y urgencias conciliatorias. ¿Hasta cuándo?

Por Ricardo Plata Cepeda
rsilver2@aol.com