Muchos de mis amables lectores dirán, quizás con algo de razón, ‘‘qué cantaletero y cansón se ha vuelto De la Espriella con el mismo tema de cultura ciudadana en sus columnas’’. Es verdad. Se vuelve el columnista monotemático casi, porque lo obsesionan ciertos aspectos de la vida cotidiana, aspectos que inciden muchísimo en la calidad de vida de la ciudadanía, el nivel cívico de las gentes, en la calificación que hacemos de la ciudad desde diversos ángulos.
Por todo esto nos apresuramos a aplaudir la campaña que ha iniciado el Distrito, con voluntad política de la Alcaldesa, el apoyo institucional de la Triple A –que batió récord de eficiencia limpiando la ciudad en carnavales cada veinticuatro horas, dejándola como nueva– y definitivamente también con todo el apoyo logístico de la Policía, sobre quien recae en últimas hacer cumplir la norma.
Esta campaña de cultura ciudadana no debe decaer jamás. Por el contrario, es un activo sostenible, intangible si se quiere en los propósitos, pero de enorme presencia física inmediata, tratando de imitar a muchas ciudades del interior y de otros países. Bucaramanga, por ejemplo, es digna de imitar. En sus calles es difícil encontrar un papel, y las cebras están pintadas en las esquinas. En San José de Costa Rica y en Guayaquil, una urbe que se ganaba todos los premios de caos y de mala educación hace veinte años, el esquema de la presencia cívica es ya parte vital en las costumbres de sus conciudadanos.
Armando Espinel Elizalde, exministro de Turismo del Ecuador residente en Guayaquil, nos cuenta que si no hay autoridad en el momento de sorprender a una persona cometiendo un acto vandálico en las calles, los mismos ciudadanos lo detienen mientras llega la patrulla. Pensando en todos estos efectos nos imaginamos en Barranquilla donde se atraviese las calles por donde debe ser, donde no se arroje basura a las calles, donde habitantes y vehículos respeten las señales de tránsito, los turnos, las filas. Donde los trancones no se conviertan en infiernos y en donde en un autobús, cualquiera que sea, se le ceda el asiento a un anciano, a una mujer encinta, sin que la algarabía de un altoparlante en la cabeza del chofer enloquezca a todos los pasajeros.
¿Por qué no podemos cuidar un parque? ¿Por qué llenamos de grafitis y vulgaridad las paredes limpias de establecimientos y empresas? ¿Por qué esa chabacanería y esa corronchería continua, sostenida como un orgullo, como un signo quizás de machería, de mejor estatura, de don de mando? ¿Por qué permitimos que el carromulero se deshaga de los desperdicios en cualquier esquina medio solitaria? ¿Por qué la Policía presencia los desmanes y abusos en sus propias narices y mira para el otro lado?
¿Por qué en todo momento el habitante de esta ciudad piensa que primero es él y después los demás en todas las actuaciones de su vida, privadas o públicas?
La ciudad tiene que empezar a razonar seriamente en un cambio de actitud. Sin perder su idiosincrasia, su alegría, su modo caribe de ver las cosas, no podemos seguir en el despeñadero del abuso y la vulgaridad. La campaña que han iniciado la Alcaldía, la Triple A y la Policía merece todo el respeto, el apoyo, la ayuda, el soporte. Debe ser el inicio de un multiplicador, de transmisión en los medios explotables: colegios, universidades, empresas, prensa hablada y escrita, gremios, todos ellos en cadena, ojalá retransmitiendo las directrices, fomentándolas, impulsándolas. Barranquilla florece para todos, pero qué bueno que ese florecimiento sea el marco de una auténtica cultura cívica.
Por Álvaro De la Espriella Arango