En Barranquilla algunos zapatos están por encima de la gente, sujetados de unos viejos cordones que penden de cables de luz, por lo que hace tiempo ninguna nariz puede acercarse lo suficiente para olfatearlos.
El por qué de su insólita ubicación parece obedecer a que un día cualquiera, en medio de una mamadera de gallo, alguien se cansó de usar sus viejos tenis y decidió arrojarlos alto para verlos y no tocarlos.
Al menos así lo ha hecho una habitante del barrio Abajo llamada Alice Mier, quien junto a sus hijos y sobrinos, desde hace cuatro años, despide el año y recibe los carnavales lanzando al cielo su calzado deportivo. Para ella esta es una tradición que no tiene nada de vandalismo y que define como 'cosas de la juventud'.
La zona en la que toma lugar la particular escena es en la calle 46 con carrera 51, cuyo sector ya no es solo reconocido por los campeonatos de bola 'e trapo, sino también por los 15 pares de zapatos que cuelgan desde unos seis metros de altura.
A razón de esto, sus vecinos la llaman ‘la mamá sinvergüenza’, pues no entienden cómo ella permite y defiende dichas acciones. Por su parte, el coordinador ambiental de la Junta de Acción Comunal del barrio Abajo, Raúl Vanegas, afirma que 'esas cosas no están acordes con la participación cultural por la que se reconoce al barrio en la ciudad'.
En consecuencia, Alice ha tenido que enfrentarse múltiples veces a sus vecinos para evitar que bajen los zapatos antes del miércoles de ceniza, fecha en la que le paga a algún muchacho para que retire con una vara lo que quedó del año despedido. Mientras tanto, Vanegas alega que aquello no lo percibe ni como una obra de arte, ni como cultura, sino como un acto grotesco.
Pero este hecho no ocurre únicamente en esta calle. La inusual escena de tenis colgados también ocurre en barrios como Lucero, Los Olivos, La Manga y La Paz, entre otros.
Por ejemplo, en el barrio Los Olivos, primera etapa, Sandra Vizcaíno cuenta entre carcajadas que a su esposo se le ocurrió hace cinco años, después de ganar un campeonato de microfútbol, recoger todos los zapatos deportivos de sus compañeros de equipo para colgarlos en un cable de luz. Al final lograron montar seis pares de zapatos que, a razón de las fuertes brisas que hay por estos días, se han unido como un racimo de uvas.
Por otra parte, Andrés Riaño, un joven de 18 años que vive en el barrio Lucero, afirma que sus amigos arrojan los zapatos a los cables de luz cuando se dañan tras algún partido de fútbol, aprovechando cualquier esquina que haya entre la cancha del parque Santo Domingo y sus casas. 'Nosotros los tiramos ahí y los dejamos de recuerdo', comenta el joven.
La empresa Electricaribe, encargada de proveer el servicio de energía en la ciudad, manifiesta esta escena también está ocurriendo en los barrios Santuario, 7 de Abril, El Campito y Cevillar, donde se está poniendo en riesgo la vida de la comunidad. Betty García, gerente de la Zona Atlántico de Electricaribe, manifiesta que gran parte de las redes eléctricas son de cobre ‘desnudo’, por lo que al lanzar los zapatos se provoca un esfuerzo mecánico adicional entre las líneas, las cuales pueden partirse u ocasionar un cortocircuito al hacer contacto entre sí. La Policía del Área Metropolitana afirma que nunca han recibido denuncias ni quejas al respecto.
Colgando en el mundo. En las calles de Nueva York, Los Ángeles e incluso de Bogotá, un par de tenis colgados en un cable de luz podría ser mensaje de que un expendio de drogas se encuentra en la zona. Asimismo, puede indicar que ese es un sector habitado por pandillas que tienen dominio del barrio.
En España también es frecuente hallar en las calles zapatos colgando, pues los soldados del servicio militar obligatorio suelen lanzar sus botas al finalizar su servicio. Incluso en Chile, los tenis que cuelgan son vistos como símbolo de protesta frente a la ausencia de las autoridades en la zona donde los ubican.
Si bien esto pasa en el mundo, queda claro que en Barranquilla es un acto que resulta, ante todo, de la mamadera de gallo.