El Heraldo
Anaya Durán enseña la radiografía de su cerebro, después del ataque. En el círculo señalado en la radiografía está la ubicación del proyectil. Giovanny Escudero y Luis Felipe de la Hoz
Judicial

El barranquillero que vive con una bala en la cabeza

Historia de Cristian Anaya, quien hace 9 años fue víctima de un atraco en el que recibió un tiro en la cabeza. El proyectil le produce convulsiones epilépticas. Luego de un largo proceso de recuperación, hoy habla de sus proyectos y sus ganas de aportar.

A sus 38 años, el barranquillero Cristian Frank Anaya Durán es una de las pocas personas en la ciudad que puede preciarse de haber sobrevivido a un tiro en la frente, salir de un coma profundo luego de 7 días desconectado del mundo, haberse levantado de una camilla para empezar a dar pequeños pasos apoyado con un caminador, haber dejado atrás una silla de ruedas y después de todo aquello, haber engendrado dos hijos. Como si todo lo anterior fuera poco, Anaya lleva alojado en su cerebro durante los últimos 9 años a un huésped molesto, una bala, que le causa convulsiones epilépticas.

LOS DETECTORES

Sí, Anaya hoy en día es de las pocas personas que cargan con un pedazo de plomo en su cerebro y esta condición, que él ve como una especie de bendición, no solo lo obligó  a hacer  un borrón y cuenta nueva en sus modos vivendi, sino que también además de ‘resetear’ su vida entera y darse la pela para ganarse un nuevo comienzo, le regaló la extraña facultad de poner a sonar sin razón aparente, las máquinas de seguridad detectoras de metales en los supermercados y aeropuertos. 

Anaya era un jo   ven emprendedor y estudiante de relacionas públicas, de apenas 29 años, que tenía su propio negocio de venta de dispositivos tecnológicos y que había conseguido muchas otras cosas antes de los 30: un próspero negocio en la ciudad de Medellín, carro propio, total independencia de sus padres, interés de las chicas y una falsa seguridad que cambió radicalmente una fría madrugada bogotana, cuando en compañía de varios amigos le tocó mirar directo a los ojos al peor de los rostros de la delincuencia.

CUMPLEAÑOS NO FELIZ

Eran las 5 a.m. de la madrugada del 20 de marzo de 2007. En ese momento en que la parranda, que se había extendido a lo largo de la noche, ya estaba culminando, se sobrevino esa horrible noche que lo postró en una cama durante cerca de dos años.

Junto a varios conocidos suyos había estado celebrando su cumpleaños (19 de marzo) y el grado de comunicadora social de una de sus amigas. En el momento en que apostó su vehículo en una estación de gasolina, ubicada en la Avenida Cali con calle 97, el joven alcanzó a divisar a los motorizados que se abalanzaron hasta la ventanilla del carro y en un cruce breve de palabras, un abrir y cerrar de ojos que se selló con un fogonazo, le sobrevino un apagón que le duró 7 largos días, los mismos que, según los que profesan la fe cristiana, se tomó el creador para hacer el mundo, de acuerdo con la Biblia.

“Iba a pagar porque ya había ‘tanqueado’ el carro... y cuando me los vi fue encima. Uno de los tipos me dijo ‘dame el reloj’, y le jalé el brazo y empezamos a forcejear y después lo último que vi fue el candelazo. Desperté una semana después en la clínica Shaio, con mis viejos en el cuarto y a un lado de la cama estaba la silla de ruedas, y ahí supe que mi vida se había partido en dos”, relató Anaya con una voz más pausada de lo normal, mas no arrítmica.

Y si, en plena celebración de los 29 le cayeron a Anaya los días enteros observando el cielo raso en su habitación del barrio el Boston, en Barranquilla, la dependencia era absoluta a su familia, hasta para bañarse. Todo un retroceso cognitivo que vino con una parálisis casi general; dificultades en el habla, el uso de pañales desechables y las maratónicas jornadas terapéuticas.

La bala que le causó un daño neuronal en el lado derecho de su cerebro entró por la parte frontal de su cabeza y se alojó en la parte occipital. En forma de cicatriz, en su frente están esos rastros de la violencia criminal y el toc, toc de la inseguridad que llegó a su vida para cambiarla por completo.

Aunque pareciera algo imposible, Anaya no se amilanó y a los dos años dejó la silla de ruedas tirada en un rincón de su cuarto y empezó a caminar; sus dificultades en el lenguaje también fueron cediendo y con paciencia empezó a fraguar su resurgimiento de las cenizas, e incluso se dio una oportunidad para el amor, que se reflejó en dos hijos que hoy son el motor de su existencia; un logro que alcanzó apunta de fuerza espiritual, de terapias y el esmerado cuidado de sus padres y su familia.

Hoy, aunque tiene el brazo y la pierna izquierda paralizados, aunque se apoya en un bastón para caminar y le toque tomar pastillas para evitar que lo sorprendan en plena vía las fuertes convulsiones epilépticas; aunque está separado de la mujer que le regaló sus hijos, Anaya y su particular historia perece gritarle a este difícil mundo competitivo que lo único prohibido en la vida es darse por vencido y dejar de creer en el futuro.

PROYECTOS Y FUTURO

“Lo conocí vendiendo diferentes productos y su historia me conmovió mucho. Pensé que si era capaz de vender bolsos, bastones y perfumes, también podría vender viviendas, y ahora él trabaja con nosotros y busca sus propios clientes, y además estamos trabajando en la conformación de Ecological Solution, una compañía que brinda soluciones ecológicas a las necesidades de agua potable en la región Caribe”, señaló Julián Flórez Henao, gerente y propietario de Fénix, una compañía consultora y desarrolladora de proyectos en el área de la construcción y la consultoría.

A Cristian parecieran ‘sonreírle’ los ojos, los mismos que se le encienden con un brillo especial, cuando habla de su proyecto estrella, las máquinas eléctricas que producen agua potable, alimentándose de la humedad, el vapor y el aire.

“Estamos buscando inversionistas para importar las máquinas desde USA. Desde hace 7 años que las conocí por un amigo paisa y he estado estudiando mucho y las he estado proponiendo y vendiendo”, contó.

Con el rostro iluminado con una franca sonrisa, explicó que las máquinas más pequeñas, solo con conectarlas, producen 40 litros de agua por día y tienen un valor de 1.600 dólares. “Las hay más grandes que producen 5.000 litros día y cuestan 350.000 dólares. Este es un proyecto muy bonito. Imagínese un máquina de esas en una ranchería en La Guajira”, recalcó.

Aunque no se cansa de repetir que el hecho violento que le cambió la vida es una bendición, lo cierto es que continúa sujeto a terapias y medicinas que le sirven para controlar los efectos de cargar con un objeto extraño en la parte posterior de su cerebro.

LA FAMILIA

“Esto ha sido muy difícil para toda la familia, los gastos durante todos estos años. Mi hijo no está del todo bien porque le dan esas convulsiones y la verdad es que yo soy un simple taxista y una cirugía tan delicada para extraerle esa bala cuesta una fortuna, así que eso está lejos de nuestro alcance y sabemos que con una buena operación desaparecen esas convulsiones, pero de vaina contamos con el Sisbén”, aseguró Francisco Anaya, desde la sala de su vivienda, en el conjunto residencial Mirador de las Colinas, con un dejo de resignación acomodado en su rostro.


Francisco Anaya, su padre, Cristian y su madre Nury Durán, en la sala de su casa.  

MILAGRO AMBULANTE

Para su madre, Nury Durán, muy a pesar de que estos nueve años han sido de una ardua y dura lidia para lograr la plena recuperación de su hijo, para ella, Cristian es un milagro ambulante, una posibilidad de una entre un millón.

“Cuántas personas sobreviven a un tiro en la cabeza, cuántas viven con una bala ahí metida en el cerebro. Dios nos vio con mucha piedad y aunque parezca mentira no solo está vivo, sino que nos regaló dos nietos”, dijo la abnegada madre.

Esta humilde ama de casa que entiende muy poco de los azares de la vida, tiene muy claro que la sorprendente recuperación de su hijo, que enfrentó y superó lo que parecía imposible, tiene una razón de ser. Y ahora espera, con esa pasión superlativa que solo habita en el corazón de una madre, que esa misma máquina de sueños que no pudo apagar el crimen, ni la pólvora y menos una bala, no pare nunca de soñar.

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