Para los guitarristas, acordeoneros, cajeros, guacharaqueros y cantantes del Parque de los Músicos, el día empieza cuando cae la noche.
A partir de las 7:00 p.m. se les ve llegar de a poco, a veces en grupos pequeños o de manera individual, hasta que pueblan la acera con sillas plásticas y mesas para una tertulia que se suele extender hasta el final de la misma noche. Uno de los más puntuales es Carlos Sierra, presidente de la Asociación de Músicos del Atlántico (Asomouatlán), nacido hace 59 años en Chivolo, Magdalena. Su etapa como aprendiz de guitarrista coincidió con su llegada a Barranquilla en septiembre de 1976. Los comentarios lo condujeron a un sitio sobre la avenida Olaya Herrera, al lado del estadio Romelio Martínez, donde los músicos se reunían.
Lo que hoy se conoce como Parque de los Músicos era en aquella época un lugar cercado por la maleza. La atmósfera era invivible por el berrenchín y otros malos olores que producían los borrachos e indigentes que por allí moraban.
A pocos metros de este lugar la actividad comercial giraba en torno a los restaurantes. Personas de apellidos extranjeros, 'largos y difíciles de pronunciar', se reunían en ‘Los helechos’, ‘Pío lindo’, ‘La hormiga’ y ‘El chop suey’ a deleitar el paladar.
Fue en ese último restaurante donde apareció el primer músico que luego se estableció en los alrededores: Raúl Conde Sepúlveda. Como talentoso guitarrista ofrecía serenatas a los comensales. Sus colegas aseguran que le iba tan bien que se permitió el lujo de dedicarse solo a eso.
Su reinado demoró lo que tardaron el resto de músicos de la ciudad en enterarse de su buena suerte. Así, fueron llegando cantantes de vallenatos, rancheras, boleros y porros, que incluso llegaron de otros lares de la Costa, que ampliaron la oferta musical.
Al ensancharse la gama de ritmos musicales, también creció la cantidad de público. En los años 70, la gente salía del Romelio Martínez a seguir en el parque la fiesta que habían encendido con sus goles y jugadas magistrales futbolistas del Junior como Alfredo Arango, Víctor Ephanor y Juan Ramón ‘La bruja’ Verón.
En aquellos tiempos la parranda se extendía hasta las primeras luces del día siguiente. Era necesario caminar en puntillas para no tropezar con los borrachos que amanecían tirados en el suelo, entre colillas de cigarrillos y botellas vacías de ron.
Carlos Sierra rememora esa época con la melancolía que produce la evocación de hechos que sabemos irrepetibles. 'Ya las cosas han cambiado. Esa época ya no vuelve', asegura. Lo dice porque hoy los contratos no son tan numerosos como antes. Los 90 integrantes de Asomouatlán, todos músicos vallenatos, a veces pasan hasta una semana sin trabajar. Cuando llega un cliente esporádico, casi siempre ofrece menos de los $150.000 que cuesta una hora de música.
Alejandro Rodríguez, acordeonero y vicepresidente de Asomouatlán, agrega que la proliferación de estaderos y la creciente aparición de los mariachis han contribuido a que los clientes habituales se alejen.
NO SE PERMITEN LAS TRISTEZAS. En medio de la noche, además del ruido de las fichas de domino –juego en el que ganan y pierden hasta lo que no tienen– que estrellan contra la madera de la mesa, se escuchan las canciones que los músicos ensayan. El 'viento fresco' y 'el silencio que en lo alto de la montaña' inspiraron al maestro Gustavo Gutiérrez, invaden el ambiente: un grupo de músicos canta Así fue mi querer, el bello paseo inmortalizado por los hermanos Zuleta.
Alejandro Rodríguez ejecuta tranquilo y firme su acordeón; la guacharaca metálica de Carlos Sierra brilla como una moneda en medio de los relámpagos de un aguacero y él, sin mucho esfuerzo, eleva su voz por encima de los demás; la caja retumba dándole más fuerza y cuerpo al canto que ameniza el momento.
El músico Pacho Galán murió a mediados de 1988. Como homenaje, Joe Arroyo decidió condimentar el solo de piano de En Barranquilla me quedo –canción que hizo parte del álbum Fuego en mi mente– con las notas de una de las piezas musicales insignes del maestro soledeño, el porro Boquita salá.
Antonio Blanco y Carlos Puello pasan las horas muertas de la noche ensayando Boquita salá. 'Uno debe saber de todo porque los clientes no tienen los mismos gustos', afirma Blanco sin dejar de tocar la guitarra; los dedos de Puello se deslizan tan rápido por el traste de la suya que cuesta seguirlos con la mirada.
Con un repertorio que incluye boleros, cumbias, música llanera, tangos y vallenatos, Puello hace más de 30 años integra el Dueto Riber con Blanco, quien es, a su vez, presidente de AGYCAB (Asociación de Guitarristas y Cantantes de Barranquilla) que agrupa a 25 músicos bohemios y románticos.
Uno de ellos es Enrique Guzmán, 68 años, famoso por imitar a los charros Pedro Infante y Jorge Negrete. Sentado en el borde del piso de uno de los quioscos de cemento, él lamenta que muy pocos clientes estén dispuestos a pagar por una buena serenata.
La fresca noche avanza. Pese a los sinsabores que deben sortear a la hora de un rápido y verbal contrato, a las condiciones precarias en las que trabajan en las sedes de Agycab y Asomouatlán y a la nostalgia que por momentos los invade, al recordar los tiempos en los que varios de ellos ganaban en sus pueblos natales del Caribe concursos en emisoras locales, los habitantes del Parque de los Músicos saben, como dice el bolero- ranchera Payaso, que deben atender a sus clientes con 'careta de alegría' aunque lleven por dentro 'el alma rota'. Por eso le siguen cantando a la vida, a las novias que se han ido, a la luna sanjuanera...