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La mirada la tiene fija en la cantidad exacta de ingredientes que mezcla para preparar uno de sus productos.

El farmacéutico llama a Berlides Fajardo, su ayudante, y le da el resto de instrucciones para que termine la elaboración de aquella crema para las manchas que él inició.

Suelta la espátula y bota una libreta en la que tiene unos apuntes sobre cantidades posológicas y componentes químicos. Dice que ya no la necesita para preparar lo que llama ‘fórmulas magistrales’.

Israel Gontovnik tiene 90 años, baila ‘El Serrucho’, canta boleros y es el jefe en la Farmacia Unión. Su negocio está ubicado en la carrera 40 con calle 37.

A su edad, su mayor orgullo es ser uno de los pocos boticarios de Barranquilla que ha garantizado la calidad de sus productos al tener un título de Químico Farmacéutico de la Universidad Nacional.

'Haga despachar sus recetas por farmacéuticos graduados', dice un letrero desgastado a la entrada de su local, en el que completa 65 años de ofrecer sus productos a la clientela de la ciudad.

Al superar las seis décadas en el oficio, Israel ya no es uno de los ‘pocos’ en el oficio, es probablemente el último boticario tradicional que le queda a la Arenosa. Un hecho que no solo se debe a su longeva vida.

Israel junto a su hija Fanny y el grupo de empleados de la Farmacia Unión.

Él recuerda que numerosos negocios fueron abiertos en Barranquilla con la misma oferta, pero tuvieron que cerrar 'porque la gente me compraba a mí y a ellos no', dice.

Entonces, suelta una carcajada que no interrumpe la mirada contemplativa de su hija Fanny, una de sus tres descendientes que le acompaña a diario en la farmacia. 'Ninguno de mis hijos y nietos se ha interesado por esto, solo ella y ya', expresa.

Un cuadro que cuelga de una de las paredes del local, protege un viejo papel del que aún son legibles las letras que indican que en 1946, la Universidad Nacional de Colombia le concedió a Israel Gontovnik el título que lo acredita como farmacéutico.

Guardados entre bolsas, él aún conserva sus apuntes de su época como universitario. Allí tiene descripciones conceptuales de diferentes sustancias y detalla cómo debe proceder para la elaboración de diferentes productos. 'Yo no sé si eso lo enseñen ahora. La gente se dedicó a trabajar para la industria y dejó a un lado este oficio'.

Lleva puesta una guayabera blanca y un pantalón holgado. A simple vista, Gontovnik podría pasar como un barranquillero más. Pero sus ojos claros y su acento poco Caribe, lo revelan como un foráneo que ni siquiera es confundido con un ‘cachaco’.

Él es un inmigrante polaco que llegó cuando tenía seis años a este país, a través del muelle de Puerto Colombia. Cuando arribó, conoció a su primer amor: el mango. Comió tanto la fruta, desconocida para el niño de procedencia europea, que su cuerpo no la resistió y devolvió a la tierra lo que sus manos habían tomado de la naturaleza. 'Sigue siendo mi fruta favorita, aunque poco la consumo porque tengo diabetes', dice.

La primera piedra. Corría el año de 1948. Un joven recién graduado de la Universidad Nacional en Química y Farmacia buscaba campo en el mercado laboral. Pero el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el líder político más influyente del momento, en la capital de Colombia, habría originado días de anarquía y violencia de los que Israel prefirió huir, por lo que regresó a Barranquilla tras cinco años de estudio en Bogotá.

Decepcionado y convencido que no quería regresar a esa ciudad, tras los sucesos del 9 de abril de 1948, él aceptó el ofrecimiento de un amigo de su padre para iniciar 'con algo'. Así fue como Israel recibió un préstamo por 20 mil pesos para abrir su farmacia. 'Al poco tiempo le pagué y el negocio fue creciendo', comenta mientras arquea las cejas para ampliar su expresión.

La primera fórmula que Israel preparó la llamó ‘Sabayol para los hongos’. Es de aplicación dermatológica.

Y así empezó todo. Los apuntes universitarios escritos en máquina de escribir por él, que aún conserva como un tesoro, fueron sus armas para elaborar las fórmulas magistrales que celosamente guarda. Y así empezó todo. Los apuntes universitarios escritos en máquina de escribir por él, que aún conserva como un tesoro, fueron sus armas para elaborar las fórmulas magistrales que celosamente guarda. En el ejercicio de mezclar sustancias, señala que tuvo pocos desaciertos y 65 años después se siguen vendiendo sus productos.

'Ni siquiera a mí me facilita todas las fórmulas, conozco muy pocas', afirma Fanny Gontovnik, su hija.

Entre los productos que Farmacia Unión ofrece con exclusividad a sus clientes hay cremas para las manchas, lociones para la caída del pelo, lociones hidratantes nutritivas, pomadas para hongos, cremas para tratamiento de acné y champús para piojos, aunque este último no lo prepara hace años.

Israel comenta que actualmente vende muy poco, hasta el punto de que ha llegado a sopesar la idea de cerrar el negocio.

'Cuando no tenía a todas esas droguerías en la competencia, yo vendía y podía viajar a New York, Londres y París. Pero con lo que gano, ya ni me alcanza para ir a Soledad', dice Israel y revienta en carcajadas para burlarse de la realidad.

Debido a la crisis que enfrenta por las pocas ventas, un pariente suyo le ayuda con el pago del arriendo del negocio. Gontovnik saca las cuentas exactas, le paga a sus cuatro empleados y guarda el resto para el arriendo de la casa en la que vive con su esposa, quien también es farmacéutica y polaca.

La familia de Israel sabe que él es un hombre inquieto, que le gusta caminar de un lugar a otro y que detenerlo no es posible. Por eso le brindan su apoyo.

Quizás las cosas no sean igual que antes, cuando sus estantes solían estar copados de los productos que él elaboraba, y no de los de la línea comercial que ocupan más espacio que sus exclusivas fórmulas magistrales.

Y allí sigue Israel Gontovnik, sentado detrás de su escritorio o supervisando el trabajo de su asistente, el último boticario de una ciudad que parece haber olvidado la importancia de su conocimiento.