Malambo, jueves 10:30 de la noche. Justo enfrente de las instalaciones del Batallón de Ingenieros de Combate No. 2 ‘General Francisco Javier Vergara y Velasco’, en la Carretera Oriental y siempre a la misma hora, desde hace cinco meses más de 100 motorizados ‘renegados’ se reúnen para poner a prueba sus destrezas a bordo de sus caballitos de metal ‘envenenados’ para desafiar el asfalto y medirse como timoneros a velocidades que sobrepasan los 140 kilómetros por hora.
Estos piques no son tan clandestinos. Se realizan ante las narices de las mismas autoridades y de la comunidad, en medio de la afluencia de tráfico y con el beneplácito de un público improvisado que se aposta en las esquinas y, de pretil a pretil, ocupa las aceras.
El jueves pasado, el rugido sincopado de los motores se unía los sonidos de un reguetón que a esa hora explotaba a todo volumen y aceitaba con su ritmo pegajoso y monótono la fase de calentamiento de las máquinas.
Los más diestros se ufanan de sus destrezas y levantan en una sola llanta sus motocicletas con un cilindraje de 125 a 250 cc o realizan trompos y piruetas mientras recorren un tramo de 4 kilómetros de la oscura carretera.
'Aquí compiten toda clase de motocicletas: AX, RX, todas de bajo cilindraje. Vienen de Bella Vista, de El Carmen y otros barrios. Salimos del Espinal hasta Mesolandia a fondo. En la entrada de El Esfuerzo está la meta. Todo dura como unos 2 minutos y medio 'en bola de m…’'
'Uno mismo ‘envenena’ la moto. Se le baja el cilindro y se le pone más pase de gasolina, deja los chicleres más tragones y se le abren más las bocas a las lumbreras. Aquí han llegado a competir hasta 200 motos ‘envenenadas', cuenta Jeison Aldair Morales, mototaxista y mecánico que viene participando de los piques desde su inicio.
El ritual es el mismo cada jueves. Los elementos más importantes están servidos en la mesa: música urbana, gasolina, apuestas que van desde 20 mil pesos hasta 50 mil pesos y, por supuesto, velocidad.
En medio de ese afán de copiar modelos importados de la estética hollywoodense, estos muchachos ponen en riesgo sus vidas.
La ausencia de los más mínimos elementos de seguridad es una constante –sin casco, sin luces, en chancletas, sin chalecos reflectores y hasta sin seguro obligatorio, como explica el espectador Jorge Pacheco– y hace de esta especie de competencia un remake malo o versión tercermundista de la película Rápido y furioso, pero sobre dos ruedas.
Los ‘Peroles’ ‘engallados’. Uno de estos ‘easy riders tropicales’ que se embarcan en sus ‘engallados perolitos’ para ganar algo de reconocimiento o sobresalir dentro de la gallada sostiene que hasta el momento no se ha presentado ningún accidente ni acontecimiento que lamentar. Aunque las precarias condiciones en que compiten permitan prever lo contrario.
Por lo menos, el jueves pasado, a la hora de los piques, todavía en la vía Oriental, a la altura de Malambo, había tráfico de buses, taxis, vehículos particulares y tractomulas. El público, en su mayoría, está conformado por jovencitas, jóvenes y motocarristas, los encargados de prender la fiesta con la música.
De acuerdo con los espectadores, este grupo de competidores nocturnos surge de una población ligada al mundo motociclístico, conformada en especial por mecánicos, mototaxistas y aficionados de la velocidad, que son los que se tragan en un santiamén el tramo de 4 kilómetros ‘volando’ en sus ‘peroles’.
'Estos manes son del Concorde, de Soledad, de Soledad 2000 y de varios barrios de aquí de Malambo, hasta de Puerto y Barranquilla vienen', informa un espectador.
El público se aglomera y apuesta hasta 50 mil pesos por las motos que compiten.
'Ellos llegan hasta el Espinal. De ahí se vienen hasta acá, pa’ el batallón. Y el primero que cruce la línea que está aquí en el batallón, gana', explica un jovencito que se encuentra entre el público.
Al verlos desarrollar una velocidad superior a los 140 kilómetros, acostados sobre los cojines de sus motocicletas en una posición horizontal mientras aplican los cambios con el pie izquierdo y el acelerador con la mano derecha, sin usar cascos y decididos a vencer, es claro que se necesita arrojo para participar de esta práctica riesgosa y suicida.
'A veces nos caen los ‘tombos’ y nos toca dejar la ‘peluca’ de una, huir', sostiene uno de los participantes.
Según los espectadores, a veces compiten de un solo tirón siete motos, pero generalmente lo hacen de dos en dos, la modalidad de competencia que EL HERALDO tuvo la oportunidad de ser testigo el pasado jueves por la noche.
Acelerando a fondo. Según Jeison, inicialmente los piques se realizaban en la vía a Caracolí, pero la acción de la Policía los desplazó. Después se trasladaron a la zona de la Gran Central de Abastos y, de allí, al sector de La Luna. Hasta que terminaron en este sitio, frente al batallón.
'A veces nos azaran los ‘tombos’ y llegan pidiendo papeles y esa vaina. Yo aquí no tengo papeles, ni seguro, ni pase, pero por aquí es ‘relajao’. Uno hace esto porque le gusta la velocidad y la adrenalina. Esa es la ‘coletera', agrega.
Un policía de vigilancia que se encuentra cerca de la zona asegura que ya de esta situación se ha puesto en conocimiento a las autoridades del Distrito y del Tránsito Departamental y el de Soledad, que también tiene jurisdicción en el sector.
'Aquí se apuesta a veces 50 ‘barras’, 20 ‘barras’, los cascos y a veces hasta las motos. Por fortuna acá no han pasado accidentes ni nada hasta ahora, pero hoy casi se cae un pelao. Yo, a veces, corro. A veces no. Lo que pasa es que un ‘vale’ me presta la moto. Si dos motos famosas corren, el público apuesta también. Uno puede alcanzar hasta 140, 150 kilómetros ‘fondeao', asegura Jorge Pacheco, un joven que ese jueves funge como espectador.
De un momento a otro y sin motivo aparente, los ‘competidores’ comienzan a desperdigarse en distintas direcciones, como si intuyeran la presencia de un extraño o la llegada inminente de las autoridades.
'Hay que abrirse, porque esto está como azaroso. Mucho tráfico, y tiene pinta que se va a meter la ‘tomba', dice uno de los apresurados motociclistas, quien se pierde en un santiamén con varios de sus compañeros en la oscuridad de la carretera.
La fresa que corona la noche. Al intentar seguirles la pista y buscando el camino de vuelta a la ciudad, surge en la mitad de la vía una sorpresa que hace las veces de la fresa que adorna una noche agitada y anárquica, en la cual la ley y el orden para estos muchachos pareciera tener la relevancia de un chiste flojo y, en cambio, el referente de Rápido y furioso cobra vigencia.
En mitad de la carretera, tres alegres parrilleras ondean su ropa al viento. En interiores, como en un acto de rebeldía, dos de las jovencitas prendidas de su timonel enseñan con desparpajo cacheteros ajustados, la primera, y la otra un hilo dental para luego despojarse del sostén y ondearlo al aire.
Las parejas se alejan a toda velocidad y su sonido se pierde en medio de la oscuridad de una carretera donde las sorpresas van en dos ruedas.