Flagelantes de diferentes edades cumplieron las llamadas "mandas" en Santo Tomás, por o para recibir milagros en sus vidas, en una tradición que data por lo menos de 200 años, todos los Viernes Santo.
Las mujeres, con el denominado "El brazo de la amargura" llevaron todo el tiempo sus brazos extendidos buscando no derramar el contenido de una copa que simula ser la sangre de Cristo que derramó por todos los hombres y por nuestra salvación. Y los hombres, con el rostro cubierto, dándose latigazos y autoinfrigiéndose heridas. La mayoría iba con una delegación que los animaba a cumplir con la manda y a socorrerlos si llegaran a necesitar de asistencia.
Algunos lo hicieron más por devoción, otros esperanzados y algunos interesados en alcanzar lo terrenal mediante ayuda divina; pero lo cierto es que cada año Santo Tomás se llena de hombres y mujeres dispuestos a sacrificarse, flagelarse y sufrir un poco con tal de alcanzar favores que tienen que ve más con salud y con dinero, que con otros factores.









