Llegar hasta la Alta Guajira, donde hay un mundo de contrastes naturales hermosos como el azul del mar, el brillante amarillo del desierto y el verde de la vegetación de la Makuira, no es nada fácil.
En este lugar mágico para los turistas que llegan a disfrutar de un corto paseo o de vacaciones, las escenas que se encuentran en el camino y lo difícil del terreno evidencian las dificultades que tienen que sortear los habitantes de esta región desértica.
El destino del viaje es Taguaira, el corregimiento más grande de Uribia, ubicado entre la Serranía de la Makuira, que es un oasis en esta región desértica con 25 mil hectáreas, y la llanura Jarara.
Después de decidir el viaje hasta la zona extrema de la Alta Guajira teníamos que buscar el transporte que debía cumplir con dos requisitos: un vehículo adecuado para transitar por los caminos trochados, difíciles y complicados en los que cualquiera puede perderse fácilmente, y debía ser un conductor conocedor de la zona, sobre todo de los laberintos cambiantes por el capricho de la naturaleza, que se combinan entre un largo desierto con sus espejismos y angostos caminos con árboles de lado y lado que parecen tragarse a todo el que pase por allí.
EN CAMINO. Salimos en un carro ‘todo terreno’ con doble tracción desde Riohacha hasta Uribia, que son casi dos horas. De allí tomamos la vía al Cabo de la Vela. Es aquí donde comenzamos el camino hacia el mítico territorio ancestral, donde está Wotkasainru, una tierra en la Alta Guajira en la que, según los ancianos, surgieron los primeros wayuu y sus clanes.
En Uribia el conductor nos explica que debemos comprar provisiones. Y hace énfasis en que llevemos 'especialmente dulces y galletas' y mucha agua, esa que no ven caer las comunidades indígenas del cielo hace cuatro años.
Minutos después, en medio de la carretera destapada, con una alta temperatura, el clima seco y la aridez, podemos ver en el trayecto cómo se multiplican los 22 mil puntos poblados que tiene Uribia y a los que en su totalidad no han podido llegar las autoridades para brindarles la ayuda, en especial comida y agua potable, que necesitan los wayuu.
Los 'PEAJES'. Entonces comienzan a aparecer las escenas inimaginables. En el camino hay áreas en las que cada 50 o 100 metros es obligatorio detenerse: cabuya en mano, algunas de ellas con pedazos de trapo guindando para que sean visibles a los conductores, niños indígenas tiemplan las cuerdas para obligar a que los viajeros en vehículos se detengan.
Bajo el abrasante sol, estiran sus manos pidiendo cualquier cosa. La mayoría esperan monedas, pero ahí es cuando uno entiende para qué son los dulces y galletas que nos recomendaron comprar. Al recibir estas, algunos sonríen; otros solamente cierran sus manos, dan media vuelta y bajan las cabuyas.
A simple vista se nota que los niños sufren algún tipo de desnutrición, esa que cuando no los mata les causa retraso en el crecimiento y no deja que alcancen la talla esperada para su edad.
Un subintendente de la Policía que trabaja en la zona afirma que muchas veces la situación se torna peligrosa, porque si los vehículos no se detienen les tiran piedras y pueden causarse accidentes. Incluso, cuenta, se han registrado incidentes en los que los menores han salido afectados.
Aunque para la mayoría de los niños es una forma de divertirse, lo cierto es que ante la realidad que viven en las rancherías los ‘peajes humanos’ son el signo de la gran escasez que aquí existe.
Escasez en la que queda claro que a muchos de ellos los utilizan los adultos que están escondidos entre matorrales y cuando escuchan el sonido de un motor los mandan a que salgan con las cabuyas.
Por las necesidades, el hambre y el olvido estatal en general los turistas y viajeros son vistos como una oportunidad para obtener algo de comida o de dinero.
Los niños corren a subir la cabuya cuando escuchan que se acerca un vehículo.
EN EL OLVIDO TOTAL. El viaje hasta Taguaira es de cuatro horas en trochas en las que la camioneta 4x4 se mueve tanto que provoca náuseas, maltratos en el cuerpo y dolor de cabeza. Estas dificultades son las que sufren los wayuu para trasladarse a Uribia o a Riohacha si se enferman y no puede ser atendido en el hospital Nazareth, el único en esta zona extrema.
Al llegar al corregimiento al primero que encontramos que cada ranchería viven entre cuatro y cinco familias que comparten una enramada, el lugar de las reuniones sociales de los wayuu. Hay una pequeña tienda en la que el principal producto son las guaireñas o sandalias tejidas por las mujeres. Además de varias canastas de cerveza venezolana.
Allí encontramos a Ángel Gouriyú Machado, un joven indígena de 20 años que sorprende porque habla perfecta el español. Después de hablar en wayuunaiki con los suyos, asume el liderazgo en el pueblo y explica las dificultades que tienen.
'Aquí hace falta agua, ya que no llueve hace cuatro años y los cultivos se acabaron', es lo primero que detalla. Y se queja de que no tienen un lugar para que los atiendan si se enferman, por lo que muchos van a Venezuela. 'La escuela –que es precaria– tiene el techo dañado', afirma de manera apresurada, como aprovechando el tiempo, para no dejar ningún tema por fuera.
Conoce bien este tema porque trabaja como Coordinador de Disciplina de la institución educativa de Taguaira y recibe un sueldo que destina para sus estudios.
La escuela tiene dos aulas y tres espacios abiertos donde reciben clases 278 niños de preescolar a quinto grado. Además del techo dañado, les hacen falta pupitres, tableros y un comedor para la hora de la merienda o el almuerzo.
DESEO DE SUPERACIÓN. Desde su ranchería hasta donde vive Ronald Paz, uno de los líderes, son otros 20 minutos, también de trocha, por lo que nos preparamos otra vez para el tortuoso camino.
Como no hay señal de ningún operador celular no podíamos confirmar si se encontraba en su rancho. Llegamos y su familia nos explicó que salió temprano y no volvía hasta en la tarde.
Nuevamente tomamos las trochas para llegar a la comunidad Kamajule, donde teníamos como propósito hablar con la familia de dos wayuu que murieron buscando agua en un pozo, uno de ellos un menor de 15 años.
Son otros 15 minutos que debemos transitar a través de un espeso bosque que hace parte del Parque Nacional La Macuira, que en esta época de sequía parece haber perdido la fuerza natural que le da la lluvia.
Gouriyú nos sirve de intérprete y nos explica que la familia Montiel está en una 'comelona', es decir una reunión en la que recuerdan a los dos muertos y en la que, según la tradición, aprovechan para resolver alguna controversia, si es que esta existe.
En el camino vemos tranquilo al joven. El terreno no le es ajeno, pues transita las trochas cada semana para ir a Maicao. En un instituto privado estudia para graduarse como técnico en sistemas.
'Me voy en la moto y duro cuatro horas hasta Uribia. Allá la dejo y cojo un carrito para Maicao', relata. La travesía la hace todos los viernes a mediodía y llega en la noche a un pequeño hotel, donde descansa para recibir el sábado las clases hasta la una de la tarde. Después emprende el camino hasta Uribia, donde recoge la moto para internarse en las trochas hasta su casa.
EFECTOS DE DESNUTRICIÓN. Ángel Gouriyú hace parte del pequeño porcentaje de niños y jóvenes wayuu que podrán superar las consecuencias de la desnutrición crónica que afecta principalmente el cerebro. El pediatra Spencer Rivadeneira señala que la enfermedad provoca disminución de la capacidad funcional, en el desarrollo mental e intelectual, la productividad individual y social, además del crecimiento físico.
De acuerdo con su explicación, serán pocos –cerca del 1%– los niños wayuu con este tipo de desnutrición que podrían llegar a ser exitosos o terminar una carrera universitaria. Ángel, criado en la zona más alejada de La Guajira, ha podido superar muchos de estos factores y hoy está motivado por sus sueños.
Después de cuatro horas de trabajo periodístico, recorriendo la zona y hablando con el joven wayuu, emprendemos el regreso con la mente puesta en todo lo que padecen a diario en Taguaira.
Para nosotros y los turistas que llegan a Punta Gallinas, Puerto Estrella y el Cabo de la Vela, entre otros sitios de la Alta Guajira, fue un solo día travesía, pero para los wayuu, esa etnia que ha llorado la muerte de 23 niños por la desnutrición este año, es la cotidianidad que deben padecer, sin que hasta el momento se haya propuesto una solución estructural a las problemáticas que tienen.