Judicial

Las secuelas en el presente tras 40 años del expreso en El Bosque

EL HERALDO dialogó con dos víctimas y un testigo del fatídico siniestro ocurrido en septiembre del 82, en el que murieron 20 personas.

Sus relatos parecen los mismos, pues vivieron de cerca el trágico episodio. Dos de ellos compartieron la vivencia de aquella tragedia, quizá uno con un camino más doloroso que el otro. El restante solo fue un espectador de ese episodio de terror ocurrido el domingo 5 de septiembre de 1982 en una verbena situada en el barrio El Bosque, que dejó 20 personas muertas y 50 heridas.

Tal suceso, que fue reconstruido por EL HERALDO en una entrega anterior, llevó a la búsqueda de personas que estuvieron presentes en la noche de ese fatídico día, quienes pudieran contar con lujo de detalles aquellos escasos dos minutos en los que pudo durar el bus de la empresa Trasalfa de la línea Silencio–Terminal en irse de frente contra el mar de personas estacionadas escuchando la buena música.

Ese día sonaba la furia de vatios de ‘El Rojo’, picó invitado que hacía bailar a unos, y a otros, de pie, admirar su soberanía musical. Así lo recuerda César Augusto Romero Díaz, actual dueño del gran equipo de sonido, quien para esa época y específicamente el día del siniestro era el picotero del mismo.

“El picó venía siendo pionero y aglomeraba a muchas personas cuando se realizaban los toques. Yo salí a mirar cómo estaba el ambiente, si la gente estaba disfrutando. En un momento salí a las afueras de la verbena y estuve analizando el ambiente para que la gente entrara y demás. Al rato de que yo entré escuché un estruendo y un colega me preguntó qué había sucedido, yo ya un poco alarmado me dirigí hacia la puerta y cuando salí me encontré con la escena”, dijo el hombre.

Las personas yacían en el suelo, cuentan que la escena era  turbia, que habían personas sin vida, otras con partes del cuerpo cercenadas, y una cantidad, en ese momento, de innumerables heridos.

“Las ambulancias llegaron como a la media hora de haber sucedido todo. También llegaron algunos a ayudar y otros a robar. Nosotros tratamos de desarmar y recoger el picó, pero fue muy complicado en ese momento, los bafles eran muy grandes y las imágenes de los afectados no nos ayuda”, mencionó Romero Díaz.

De acuerdo con el picotero, uno de los momentos más impactantes de esa noche fue observar cómo el bus arrastró a un joven: “Ese muchacho iba gritando y pidiendo ayuda, básicamente la buseta frenó con sus piernas”.

César Romero, dueño de ‘El Rojo’. Orlando Amador
Los hospitales eran lugares para morir

En aquella época no era tan amplia la cobertura de la salud. Los centros asistenciales no daban abasto para poder atender a más de 50 personas heridas. “No existían los pasos, solamente estaba el Hospital de Barranquilla y nada más había dos ambulancias para trasladar a todos los heridos. La gente duró tendida en el suelo mucho tiempo”, indicó César.

Decenas de familiares llegaban hasta el centro médico a identificar los cuerpos. “Llegaba la madre de uno, el hermano de otro, el tío de otro, la tragedia ese día fue inmensa y casi que indescriptible. Mi señora llegó embarazada al lugar de los hechos pensando que había pasado algo, pero gracias a Dios no salí lesionado en el siniestro”.

Hoy en día (40 años después), a César Romero se lo encuentran personas en la calle que lo ven y le recuerdan ese hecho, hablan de todo lo que aconteció esa noche e incluso le mencionan la existencia de aquellos casetes en los que algunos fanáticos de ‘El Rojo’, que grababan la música en los toques, registraron los momentos en los que se escuchaban los gritos, el caos e incluso el llanto de quienes no podían creer lo que estaba pasando en ese momento.

Luis Licero perdió su pierna derecha tras el siniestro. Orlando Amador
Una pierna y una cicatriz

Luis Miguel Licero, en aquel entonces de 17 años, llegó de jugar futbol y fue convidado por unos amigos a ir a ‘Primos Club’, ya que esta era “la verbena del momento”. Aquel joven inexperto y con sueños por delante no quería, en primera instancia, acudir a aquella cita. Sin embargo, la persuasión de sus colegas los convenció.

Ahora, 40 años después y con 60 años, Licero afirmó que ese día todo se desmoronó: “Desde los 17 años no tuve más vida, todo ha sido sufrir mucho, todavía es la hora y sufro desde aquel accidente. Cuando estábamos allá en la verbena nos dimos cuenta de que venía un bus que se quedó sin frenos, y nos arrolló a todos. La parte de adelante me arrastró y a un compañero se le prendió la moto, lo que causó que esta se incendiara junto a una parte del bus, dejando más personas heridas”.

Al hombre se le quemaron sus piernas. Duró internado un año en el Hospital Universitario y todos sus conocidos le afirmaban que las personas con las que se encontraba esa noche estaban con vida: “Me decían que mis amigos habían quedado bien, tenía cinco compañeros que estaban esa noche conmigo, y luego de la recuperación fue que me dieron la verdad: todos estaban muertos”.

“Un hermano mío estaba cerca del sitio y supo que había un accidente, entonces salió corriendo y me encontró todo prendido, él fue quien me ayudó y me subió a un camión. Incluso cuando yo llegué al centro médico me dieron por muerto, me llevaron a la morgue, ahí me levanté y me sentía las piernas quemadas y un dolor inmenso en el estómago”, mencionó Luis Miguel.

Fue allí cuando una de las enfermeras del lugar se percató de que Licero se encontraba con vida, pero con quemaduras de tercer grado en sus piernas y el abdomen roto debido a la multitud que corría despavorida en el lugar que lo utilizó como puente para cruzar entre los muertos que estaban tendidos en el suelo.

Al señor Luis lo operaron dos veces en ese año. “La vida mía ha sido componiendo abanicos, de ahí entra mi poco sustento. Luego del siniestro nada volvió a ser igual, la movilidad de mis piernas no fue la misma, y mi vida no avanzó al mismo ritmo que los demás. No me casé y no tuve hijos. La pierna más afectada, la derecha, tuvo que ser amputada debido a una bacteria que me afectó el hueso”.

Daniel Cera fue uno de los heridos esa noche. Orlando Amador
Sus pasos no fueron los mismos

Dicen que la mala hora existe. Daniel Cera, de 18 años en aquella época, estaba en su casa, salió a buscar un libro y terminó en la verbena. “Ese domingo 5 de septiembre de 1982 me encontraba yo en la casa y salí a buscar a un compañero para que me hiciera el favor de acompañarme a El Bosque, a buscar un libro de física, porque tenía examen al día siguiente. Llegando a San Martín, a lo lejos se escuchaba una canción verbenera llamada La Negrita Sofi y me llamó la atención. No pasando cinco minutos de yo haber llegado al sitio ocurrió el accidente”.

El relato del hombre menciona que había alrededor de más de 100 personas escuchando buena música en aquella noche. “Después de que sucedió el accidente perdí el conocimiento. Aproximadamente duré unos 3 minutos inconsciente. Ya cuando recobré la conciencia y abrí los ojos yo estaba tirado en el piso. Me preguntaba constantemente: ¿dónde estoy? Y en eso llegó un conocido, quien fue el que me auxilió. Cuando yo me traté de levantar la pierna derecha se me dobló y se me partió el fémur. También tenía golpes en las costillas y no podía respirar bien” agregó Cera.

A Daniel lo llevaron al Hospital de Barranquilla y ahí le dijeron que ese caso no era de ellos, por lo que lo trasladaron para el Hospital Metropolitano (actual Hospital Cari), pero tampoco lo atendieron. “Finalmente el martes de esa semana me internaron en la Clínica Bautista, allí fue donde me operaron y duré 8 días recuperándome. Por la pérdida de los dos centímetros de hueso he quedado cojo y no tengo buena movilidad, pero es algo que no ha sido impedimento para seguir trabajando”.

A sus 59 años Cera todavía recuerda “a la gente tirada” a su alrededor. “A mi lado cayó un pelao que vendía butifarras y quedó listo. La persona con la que yo llegué a la verbena no la volví a ver, sino ya en el hospital fue que me di cuenta de que estaba vivo. Un muchacho de apellido Pájaro, familia del hombre que me auxilió, también murió. Ese día hubo 16 muertos y cincuenta y pico heridos, entre esa cifra caí yo”.

El hombre, aún 40 años después, desconocía que la cifra real de ese siniestro fueron 20 muertos. “No quiero ni pensar ni recordar ese accidente, pero ajá uno aficionado a las verbenas era costumbre llegar los fines de semana. Primero los domingos eran fijos de bola ’e trapo y después nos reuníamos en las esquinas para coger para los bailes de picó. Esa era nuestra diversión, pero mira en lo que terminó”.

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