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Un santuario de la fauna y la flora. Esa es la categoría que le da el Sistema de Parques Nacionales Naturales a una importante porción de la Ciénaga Grande de Santa Marta, y quizá no exista mejor palabra para referirse al lugar que concentra el mayor desarrollo de manglares de la Región Caribe. Lamentablemente, es un santuario que ha sido profanado violenta y sistemáticamente durante años, a falta de una intervención protectora contundente.

No ha habido una actuación que demuestre que las autoridades colombianas reconozcan verdaderamente la importancia de sus más de 26.000 hectáreas. Su red de ecosistemas de ciénagas, arroyos, caños y áreas pantanosas ha sido sometida a todo tipo de presiones y devastación, muy a pesar de su declaratoria como área protegida nacional. No se ha hecho valer su condición, la cual, según la ley, solo permitiría actividades destinadas a la conservación, recuperación, control, investigación y educación.

Nada más alejado de lo que verdaderamente tiene lugar en el santuario, como lo han revelado en su momento sendas investigaciones y denuncias publicadas por EL HERALDO.

A la Ciénaga se la estaban robando a pedazos con potentes bombas de succión y retroexcavadoras. Particulares construyeron un dique de 27 kilómetros para adaptar sus terrenos para la explotación agrícola y ganadera. Ese fue apenas el primer hallazgo. Tala de árboles y mangles, incendios provocados, extracción y tráfico de almejas, desviación de cauces, desecamiento de lagunas, represamientos y captación ilegal de agua, rellenos y habilitación de lotes para su venta forman parte del expediente de profanaciones, todos por cuenta de la inconsciencia humana. Ya van 30 capturados, pero cabe preguntarse ¿qué se hizo para prevenir que todo eso sucediera en primer lugar?

Según Parques Nacionales, la ciénaga está en riesgo de desaparecer en la próxima década por los golpes a la biodiversidad, esa en torno a la cual la humanidad viene haciendo causa común en los últimos años. Las afectaciones en la Ciénaga comprometen el equilibrio de la naturaleza en su conjunto. Cada vez resulta más claro para los expertos que un daño en determinado lugar y momento tiene repercusiones insospechadas, más adelante, en otro. Así explican algunos que los ciclos de fenómenos se hayan recrudecido, y que del más dramático Niño en muchos años nos enfilemos ahora a una agresiva Niña, de la que ya avisan aguaceros y vendavales.

Años de irresponsabilidad contaminante están ahora pasando factura, y la lección no parece aprendida.

Lo que pasa en la Ciénaga se debe parar ya. No solo por nosotros.

Conectada con el Parque Isla Salamanca, comprenden un aeropuerto natural para más de 200 especies de aves, algunas residentes, otras migratorias. Es también hogar para 35 especies de reptiles, más de 50 mamíferos y 150 tipos de peces.

El área fue catalogada en 1998 como Humedal Ramsar, que le otorga prioridad en un tratado internacional por la defensa de estos ecosistemas. Y constituye una zona núcleo de la Reserva de la Biósfera, según declaración de la Unesco.

Ante la depredación que ha sufrido este santuario de trascendencia planetaria, una misión de expertos de la Convención Ramsar vendrá a evaluar su estado. Ojalá encuentren que no es demasiado tarde, pero sobre todo, que su inspección conduzca a poner en marcha verdaderas acciones de protección. Que el Gobierno haya solicitado esta visita es señal de su voluntad de corregir el rumbo.

Conviene que esta determinación se vea reflejada en un efectivo plan de recuperación con acompañamiento internacional, coherente con la importancia que reviste la Ciénaga Grande, más que nuevas declaratorias, alarmas o títulos. Nos ha quedado difícil cumplir la tarea de respetarlos.