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Ayer, en Bogotá, en la sede de la Cámara de Comercio, fue presentado un documento muy importante: el estudio comparativo de las encuestas que el programa Ciudades Cómo Vamos realiza en 11 urbes: Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Ibagué, Pereira, Cartagena, Valledupar, Manizales, Bucaramanga y Yumbo. En un país de algo más de 47 millones de habitantes, el estudio –correspondiente a 2013– representa la percepción de 17 millones, lo que equivale al 36 por ciento de nuestra población y al 48 por ciento de la población urbana.

Este estudio, siguiendo el orden temático de las encuestas por ciudades, recoge las percepciones de la ciudadanía en clima de opinión y situación económica de los hogares; educación y salud; seguridad; movilidad; barrio, vivienda, servicios públicos, espacio público y oferta recreativa y cultural; convivencia y corresponsabilidad; administración de las ciudades, y sintetiza unas conclusiones de la percepción pública sobre calidad de vida.

Los Cómo Vamos se han convertido en una fuente valiosa de información sobre el funcionamiento de un conjunto de administraciones territoriales, y lo deseable sería que esta auscultación se extendiera a todo el país, pues permitiría a los ciudadanos, a los gobiernos, a la academia y a los medios de comunicación una fotografía de la Administración Pública en Colombia. Con tal herramienta, sin duda, se tomarían mejores decisiones. Como las que deben tomar las alcaldías de las ciudades objeto de la muestra.

Es destacable que Barranquilla figure entre las ciudades cuyos habitantes se sienten orgullosos de habitarla. Con un 77 por ciento de complacencia, nuestra ciudad es cuarta, después de Medellín, Manizales y Pereira. Congruente con esta ligazón sentimental a la ciudad, el 75 por ciento se declara satisfecho de vivir en esta, y en esta medición puntea también Medellín, escoltada por Manizales, Pereira y Valledupar, perteneciendo a Barranquilla el quinto lugar.

En Barranquilla, las condiciones de muchos habitantes, aunque hayan mejorado en los últimos tiempos, siguen signadas por la pobreza, el atraso y la inseguridad (como también refleja la encuesta de percepción ciudadana), pero la conexión de los ñeros con su entorno parece ser más fuerte que los elementos negativos. Y este apego casi incondicional a la ciudad, que revelan persistentemente los sondeos, es, quizá, un interesante patrimonio con el que se puede contar para construir una ciudad con participación y confianza.

El que la gente barranquillera sienta que ama el lugar donde ha nacido y vive constituye el marco anímico apropiado para trabajar por altos objetivos de progreso y bienestar. Esto requiere de buenos liderazgos que respeten lo público y laboren por una ciudad satisfactoria para todos. El discurso y la praxis de nuestros dirigentes públicos y privados deberían estar animados por ese propósito: el bien común. Es la mejor forma de corresponder a la generosidad de una ciudadanía que, pese a las dificultades diversas de Barranquilla, pese al trancón, el robo callejero, la carencia de parques, los imposibles andenes, los huecos, se proclama orgullosa y satisfecha de vivir en ella. Ese estoicismo –que algunos ven como una manifestación de sabiduría existencial y otros como un estado de amodorramiento acrítico– merecería en cualquier caso una compensación por parte de la ciudad objeto del afecto, de modo que la vida en Barranquilla pueda convertirse en una realidad cotidianamente amable, agradable y segura.