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Es en los momentos difíciles cuando de verdad sabemos de qué estamos hechos. Si de acero o de barro. No existen palabras ni adjetivos que puedan aproximarnos a imaginar en su esencia los tristes sentimientos de desamparo, impotencia y angustia post-traumática que están padeciendo los efectos de la inmensa tragedia del sur del Atlántico y de otras regiones de la Nación.

Las poco alentadoras informaciones que nos llegan en estas aguadas épocas de novenas navideñas acerca de la catástrofe invernal estremecen hasta al más ecuánime y equilibrado de los colombianos. Los desastrosos efectos de esta despiadada ‘Niña’ no solo se pueden palpar a presente sino que se seguirán percibiendo en el mediano y largo plazo, considerándose un acontecimiento que parte en dos la historia de nuestra Región Caribe colombiana.

Esperaremos unos meses para ver cómo se reconstruyen o nos vamos acostumbrando a la inaceptable posibilidad de desaparición de municipios de gran riqueza histórica y cultural en nuestro estropeado territorio. Desde 1973 en Colombia no llovía tanto, y desde hace un buen tiempo se ha decretado la alerta roja en diversos departamentos del país… y sigue el cielo roto. Este fenómeno climático es el más fuerte de los últimos 40 años, y en todo el país las lluvias excesivas desbordan ríos, ocasionan deslizamientos y derrumbes de tierra, inundan ciudades, desploman casas, destruyen cosechas, aniquilan animales.

Existen millares de damnificados por los desbordamientos de los ríos Cauca y Magdalena, y centenares de miles de hectáreas de cultivos arrasados. Pero lo más impactante es el drama humano que ha borrado de un golpe y por mucho tiempo la sonrisa en los acongojados rostros de los perjudicados por la ola invernal y ha resquebrajado el equilibrio psicológico, lo mismo que sus vidas familiar y social. En la apabullada víctima se ha borrado de un tajo su pasado.

Solo existe el presente, pues el futuro es terriblemente incierto. Pero los refranes populares refuerzan con sus enseñanzas una segunda forma más positiva de asumir este infortunado acontecimiento natural: ‘Después de la tempestad viene la calma’; ‘En la mala se conocen a los amigos’; ‘No hay mal que por bien no venga’; ‘De las épocas buenas no se aprende nada, sino en los momentos de adversidad’.

Está demostrado que lo malo no son las cosas que nos pasan, sino la actitud con la que las tomamos. Hay que convencerlos para que ellos vuelvan a ver lo bueno de lo malo que nos pasa a los humanos. Es necesario que no borren de su mente la idea de que se pueden perder las cosas materiales, pero lo más importante es que se mantienen vivos y que los objetos físicos con el tiempo se pueden recuperar.

Con toda la fuerza de su voluntad, haciendo de tripas corazón, deben asumir la actitud de aquella popular orquesta barranquillera que, hace años, trasladándose en bus hacia Bogotá fue asaltada por una banda delincuencial en la mitad del trayecto, a la altura de un pueblito de Santander, robándoles todos sus instrumentos musicales. Al día siguiente su director, al ver que sus músicos no salían de la aguda depresión, oportunamente les alentó reiterándoles una y otra vez: “Nos han robado los instrumentos… pero no nos han robado la música!!”.

Indudablemente que los directamente afectados por el invierno han perdido cosas materiales, pero aún ellos conservan intacta la inteligencia y sus otros talentos interiores para rehacer poco a poco la vida suya, la de sus familiares y la historia de su pueblo. ¡La ‘música’ de sus valores innatos aún suena saludable! Dios aprieta… pero no ahoga.

Se hace indispensable que en medio de sus preocupaciones las personas que han sido impactadas por este brutal golpe de la naturaleza recuerden que no lo han perdido todo, que no están solos, que hay millares de coterráneos que están tendiéndoles sus manos, ofreciéndoles ayudas materiales, alimenticias y de otros tipos. Si la felicidad une, el dolor reúne. Es nuestro compromiso seguir dándoles apoyo físico y psicológico para reconstruir sus vidas y ayudarles a retomar el rumbo de la vida que llevaban.

En esta época de novenas navideñas somos conscientes de que la alegría nos puede unir a los atlanticenses, pero el malestar que simultáneamente sentimos en nuestros corazones nos reúne y congrega alrededor de esta causa de no descansar hasta que la zozobra y la incertidumbre desaparezcan en los próximos años de la mente de esas familias afectadas por el despótico fenómeno irónicamente llamado de La Niña.