Desde que llegó a la Gerencia de Transmetro, y sin ser ingeniero ni político, el economista Manuel Fernández Ariza se propuso sacar adelante una solución para uno de los problemas que más perturbaciones les causaba a los conductores de Barranquilla: la interrupción de la carrera 46, tanto en la calle 72 como en la 74. Quizás un ingeniero tenía la opción de descartar de tajo cualquier propuesta de solución, bajo el sensato y firme argumento de que el proyecto original de Transmetro lo único que admitía era la construcción del denominado Par Vial, que habilitaba la 45 y la 50 como alternativas para los trayectos norte-sur y sur-norte. Un político puro, en cambio, podía apartarse de un pronunciamiento técnico de esa índole, e implementar, a la brava y a las volandas, una solución inmediata, quizá la más radical e indeseable de todas: romper la plaza amable que la ciudad se había ganado, obrando con la “ley de la mona”, y descuartizando un diseño que -aunque había cortado la arteria vial- obedecía a criterios contemporáneos de urbanismo.
Fernández exploró una solución práctica, que le diera un poco de alivio a la impaciencia de los conductores sin deteriorar el espacio sagrado de los usuarios del portal “Romelio Martínez”.
No lo hizo desde un escritorio, ni empleando la irresponsable imaginación. Acudió al sitio personalmente, a diferentes horas, exploró opciones, consultó a entendidos, a las secretarías distritales de Movilidad y Planeación, habló con conductores y finalmente emprendió, sin mayores dilaciones, la solución: sacrificar 3,5 metros de plaza, lo cual generaba escasos traumatismos, creando un carril de bajada. Era un solo carril, lo cual parecía quizá muy poco, pero si tenemos en cuenta que el vehicular de Transmetro en la 46 tiene eso precisamente, un carril, no podía ser tan grave.
Son en total 248 metros, que costaron 348 millones de pesos, pero que traen un alivio invaluable a los conductores de Barranquilla. Tan eficiente fue la obra que sólo demandó la demolición de los bordillos, puesto que las losetas fueron recuperadas y serán utilizadas para mantenimiento. No se tocó la gran mayoría de los árboles y los pocos que debieron irse fueron reemplazados de inmediato.
La parte de señalización también fue manejada con sumo cuidado, al punto de que ambas intersecciones quedaron con su respectiva semaforización, incluyendo una de especificaciones especiales para la 72.
La Oficina de Comunicaciones de la empresa ha sido también diligente a la hora de transmitir mensajes pedagógicos con el fin de que la movilidad en el nuevo tramo sea lo más fluida posible: no hacer altos innecesarios sobre la 46 y respetar la velocidad permitida, que es de 40 kilómetros por hora. Al mismo tiempo, es preciso que no se tenga el carril Solo Bus como una opción para sobrepasar, una advertencia que es aplicable en cualquier tramo del Transmetro.
Vemos entonces que lo que se ha implementado es una solución que mal podríamos catalogar de improvisada, sino más bien de práctica y que tiene como razón fundamental la de actuar en consecuencia y con comprensión, ante un clamor ciudadano.
No entendemos entonces el porqué algunas voces se muestran tan airadas, descalificando la obra, el día en que se ha puesto en marcha una ansiada solución, y más aún cuando la misma Gerencia de la empresa ya entró a socializar la construcción de puentes que constituirán sin duda un alivio mayor a la deteriorada movilidad de Barranquilla.
Ahora bien, entender que para eso llegó al cargo Manuel Fernández, el dos de agosto pasado, constituye una equivocación.
Un macroproyecto tan esencial, cuyos costos terminarán llegando al billón de pesos, aún no está concluida en la primera etapa, faltando retos inmensos que también se están afrontando.
No deja de ser lo de la 46B algo menor frente a la chatarrización , portales en Barranquillita y Soledad, y otras mayúsculas tareas que hace falta cumplir.
El inminente fin del mototaxismo es sin duda un avance frente a las exigencias del sistema, el cual debe garantizar a sus aliados financieros, los transportadores, un mercado libre de factores que lo desequilibren.
Pero este hecho menor resulta representativo y ejemplar de lo que se puede lograr cuando el funcionario público decide escuchar al ciudadano y buscarle soluciones para hacer su vida mejor.