El Heraldo
Opinión

“Es que van provocando”

El 17 de febrero de 1989, un tribunal provincial de España desató una intensa polémica en todo el país con un fallo que pasó a la historia con el nombre de “sentencia de la minifalda”. El caso tenía su origen en la denuncia de una chica de 16 años contra su patrón, al que acusaba de haberla tocado en sus partes íntimas e intentado seducirla para que mantuviera una relación sexual con él. Los magistrados encontraron culpable al empresario por “abuso deshonesto no violento” y le impusieron una multa. Pero en el texto de la sentencia justificaron de algún modo la conducta del condenado. Así, señalaron que la muchacha lucía “una minifalda que le daba un aspecto especialmente atrayente” y que “con su específico vestido, en cierta forma y acaso inocentemente, provocó este tipo de reacción en su empresario, que no pudo contenerse con su presencia”.

Aquella sentencia provocó la furibunda reacción de una gran parte de la sociedad española que intentaba sacudirse de cuatro décadas de una dictadura retardataria. Pero también había sectores nostálgicos del ‘viejo orden’ que se mostraban comprensivos con el empresario, a quien presentaban como una persona que había sido víctima de la tentación de la carne, como correspondía a un hombre “de verdad”.

Casi veinticinco años después de aquellos hechos, el argumento infame de los magistrados de Lleida se ha podido escuchar mucho más cerca, en Chía, municipio vecino de Bogotá, a raíz de la noticia sobre la supuesta violación de una joven en un conocido restaurante. Por fortuna, en este caso no ha sido un tribunal el que lo ha utilizado, sino el dueño del establecimiento, que dijo a una emisora de radio: “Hay que estudiar qué pasa con una niña de 20 años que llega con sus amigas, que es dejada por su padre a la buena de Dios. Llega vestida con un sobretodo y debajo tiene una minifalda. A qué está jugando”. En román paladino, lo que quería decir el empresario es que la primera responsabilidad en este caso la tenían unos padres supuestamente irresponsables que ‘abandonaron’ en un famoso restaurante a su hija adulta con un grupo de amigas y el atrevimiento de la joven de vestir con esa prenda ‘pecaminosa’ llamada minifalda.

Lo más grave, si cabe, es que el dueño del restaurante no es, ni mucho menos, el único que piensa de ese modo en este país, donde el machismo más cavernario sigue campante en todos los sectores de la sociedad. Cualquiera que mantenga una conversación sobre el suceso de Chía se encontrará fácilmente con interlocutores que, sin justificar claramente el abuso sexual de que fue objeto la denunciante, hacen recaer sobre esta una parte de la culpa de lo ocurrido por “andar callejeando a horas indebidas” o por “ir por ahí de retadora”.

Queda mucho trabajo para erradicar de Colombia, y de buena parte de los países del mundo, la lacra del machismo, que tanto daño ha hecho a la mitad de la población mundial cuyo único ‘pecado’ es haber nacido mujer. Los hombres deben entender que las mujeres pueden  vestir como les dé la real gana y salir a la hora que se les antoje sin que eso pueda servir de pretexto a nadie para atentar contra su integridad. Razonamientos como los del empresario de Chía no deberían tener cabida en la sociedad del siglo XXI.

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