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Con el entierro de Joselito, finalizó ayer un carnaval que quedará en el recuerdo colectivo por diversas razones. Aunque en los próximos días habrá más perspectiva para hacer una valoración general sobre el desarrollo de la fiesta de 2016, algunas consideraciones pueden ya adelantarse.

Empecemos por lo primero. Por el reinado de Marcela García Caballero. La soberana estuvo a la altura de unas circunstancias que no se perfilaban sencillas, ya que en los últimos tiempos se había abierto un debate en torno a supuestos o reales desvíos del carnaval con respecto a su naturaleza popular.

Parafraseando la sentencia que se atribuye a Julio César, se puede decir que Marcela vino, vio y venció. Desafiando ciertas críticas malintencionadas que empezaron a circular por las redes acerca de su supuesta falta de aptitud para el baile, la reina hizo a lo largo de todo su mandato un fabuloso derroche de alegría, talento e inteligencia, y se metió literalmente a los barranquilleros en el bolsillo.

La descentralización de la Lectura del Bando, la cuidadosa elaboración de los guiones de sus proclamas y espectáculos, y el conocimiento profundo que exhibió sobre las costumbres ancestrales de su pueblo son algunos de los legados de Marcela a la historia de las carnestolendas. Sin duda, es bien alto el listón que deja a sus sucesoras.

También es obligado referirnos a las distintas organizaciones y eventos que trabajaron para que el carnaval terminara siendo lo que se espera de él: un desorden formidable, pero un desorden ordenado, por contradictorios que parezcan los dos conceptos.

Mención especial merece Carnaval S.A., con Carla Celia a la cabeza, que, atendiendo las críticas que surgieron en el pasado, dio un vuelco notable a la Batalla de Flores, de modo que en ella volvieron a prevalecer con fuerza las manifestaciones culturales tradicionales, en particular la cumbia. Por otra parte, el evento discurrió de manera tan organizada que no se sufrieron los famosos ‘baches’ que, en otras ocasiones, han sido fuente de tedio para los espectadores.

Igualmente dignos de elogio son los organizadores de todos los demás eventos –el Carnaval de la 44, la Noche de Tambó, la Carnavalada, La Noche del Río, el Disfrazotón, el Desfile Joselito 84, y tantos otros– que hicieron de Barranquilla durante cuatro días una fiesta delirante, frenética y civilizada.

Pero nada de lo expuesto con anterioridad sería posible sin los auténticos artífices de la fiesta: los hacedores. Esos cientos de personas que a lo largo del año trabajan laboriosamente para que el carnaval sea lo que es: una explosión de creatividad y una abnegada defensa de la tradición. Y que, en esta ocasión, contaron con un generoso apoyo económico por parte del Distrito, cuya contribución también fue notable en el apartado logístico de la fiesta.

El balance del Carnaval 2016 no puede, en suma, ser más positivo. El reto ahora es seguir avanzando por esta senda de la obra bien hecha.

El balance del Carnaval 2016 no puede, en suma, ser más positivo. El reto ahora es seguir avanzando por esta senda de la obra bien hecha. Y avanzar hacia ese objetivo, aún esquivo, de que la fiesta se convierta en una formidable máquina cultural durante todo el año.