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La comprensión lectora debería ser una catedra tan importante como las Matemáticas o la Química en los colegios. Ese es uno de los deseos con los que inicio el 2023. La semana pasada me dejó un sinsabor al ver en redes sociales el revuelo de mercadillo que se ha armado con la viralización del cuento El monstruo de mi cuarto, ganador del concurso Medellín en 100 palabras. Desde los primeros mil “me gusta” y comentarios en Twitter comencé a presentir lo que se venía y al parecer, estuve en lo correcto, el acoso al adolescente escritor llegó al punto de ser contactado por la Fiscalía para comprobar que nada malo le estuviera pasando. La situación deja ver la morronguería de buena parte de la sociedad colombiana a la que la literatura escrita por jóvenes o infantes no deja de parecerle un adorno de repisa, algo en bruto, literal, sin cuerpo. Y algunos escritores tampoco se salvan de esos juicios populares, por el contrario, se aferran a la estructura que con el tiempo se va oxidando como las líneas férreas del Caribe.

El cuento ganador aborda la violación desde la primera persona, recurso que llega a transmitir (en casi todos los casos) los sentimientos directos de los personajes al lector, en este caso, quien narra es un niño sin nombre que personifica al violador en un monstruo al que todos tienen un nombre diferente y para su madre es: amor. Hasta ese punto puedo creer que pasa sobre uno que otro libro-álbum que trata el tema. Ni pésimo ni obra maestra. La estructura del cuento es sencilla y fácil de entender, incluso, hay quienes opinan que puede tratarse de un plagio a otro cuento ganador en el 2020. Sin embargo, prefiero verlo como una fórmula para contar que con un cambio de temática y palabras puede dar lugar a otro cuento. El concurso no es el premio Alfaguara ni el Planeta, que requieren habilidad literaria destacable o mediocre. La ciudad escribe, ese es el propósito y mensaje para los escritores de Facebook que se indignan porque un autor novel usa fórmulas de escritura. Por otro lado, quiero preguntarles, ¿han analizado como funciona parte del mercado editorial? Si la respuesta es negativa, ingresen en el buscador el nombre de cualquier youtuber famoso más la palabra: libro…puede que se lleven una sorpresa. Con ello no pretendo defender la falta de creatividad en las creaciones literarias, sin embargo, para hacer crítica literaria al cuento del certamen hay que situar las condiciones del mismo.

Lo que llega a incomodarme de todo este tema es la reacción paternalista de la sociedad colombiana frente al autor. El acoso constante del que Miguel López Henao fue víctima la semanada pasada hasta llegar al punto del autor poner un post en su muro de Facebook aclarando que la situación del cuento no era literal; ni él era violado ni su madre tenía novio. Es perverso lo que sucedió aunque pueda ir acompañado de “buenas intenciones” que en gran medida no es otra cosa que morbo y no se debe a otra cosa que a la poca cultura literaria que tiene buena parte de la población lo que conlleva a la lectura literal del texto y sigue con el hashtag #LaPesadillaDeMiguel, promovido por Ana María Durando. ¿La pesadilla de Miguel? Hasta el nombre del cuento cambió la mujer del tweet para exigirle al ICBF y a Daniel Quintero una “rápida búsqueda del menor”.

Ante tal caso, lectores, no se hagan con Lolita de Vladimir Nabokov porque se revuelcan de la indignación.

Si genuinamente interesa a alguien conocer las vivencias de los peques, la recomendación es asistir a un taller de lectura y escritura para niños, sentarse a un lado con la boca cerrada y escuchar lo que tienen para contar, su voz propia, dolores, preocupaciones y tristezas que se callan para que los adultos sigan viendo TV o revisando las redes sociales y evitar las caras de fastidio.

Samuel Simanca

centurygeorge5@gmail.com