Llegó la navidad con todos sus atuendos de luces, colores, música, regalos, pitos y matracas y no podían faltar las novenas frente al nacimiento que en casa se construía y también con ella las escapadas con los amigos. Fue el veinticuatro de diciembre por la tarde de un año que no recuerdo cuando con José del tránsito, un amigo desde la infancia, me puse de acuerdo para meternos a pescar en la dársena de la base naval, a pesar de que sabíamos que era prohibido hacerlo. José tiró su atarraya y atrapó suficientes peces, como para no volver a tirarla.
Nos disponíamos a regresar a nuestras casas cuando sentimos, detrás de nosotros, el sonido característico del montaje de un fusil. Eso nos asustó, sin embargo, con toda la calma, hicimos todo lo que el militar nos dijo. Fuimos llevados a la guardia en donde nos tocó esperar lo que harían con nosotros.
Aproximadamente tres horas después, ya entrada la noche, hubo cambio de guardia y nosotros seguíamos allí fastidiados por el hambre y alguno que otro mosquito retrasado en su escape de las brisas decembrinas. De pronto llegó hasta la puerta de la guardia un automóvil Mercedes Benz de color negro muy brillante y por una de sus ventanas asomó un militar de alto rango ante el cual se cuadró el guardia de turno y saludó con un “firme, mi comandante”.
El militar del carro preguntó al guardia qué iban a hacer con esos niños a lo que contestó que no sabía. Yo tomé la palabra sin permiso y dije al militar del carro que no habíamos hecho nada que justificara el tenernos allí. El comandante me preguntó que si no sabía leer porque toda la cerca estaba llena con letreros que decían prohibido el paso. Yo le respondí que los había leído y que por eso me pareció que no violaríamos ninguna ley si entrábamos ya que los avisos estaban por dentro de la cerca y que para leerlos había que entrar.
El militar del Mercedes Benz negro mandó de inmediato que se confirmara lo que yo había dicho. Al regreso del emisario nos dijo que lo mejor era que nos fuéramos porque los pescados se iban a dañar y sería una lástima y que, además, era noche buena.
Mi madre y la de José del Tránsito estaban preocupadas y medio barrio movilizado buscándonos. Después de varios años y en unas vacaciones que volví de Bogotá, no encontré a la familia de José ni a él. Me contaron en casa que José murió de varios tiros de fusil disparados por uno de sus compañeros cuando intentaba fugarse una noche del cuartel Nariño para encontrarse con su novia a quien no veía desde hacía varios meses.
Una pregunta sin respuesta que toda la vida me ha rondado la mente es: ¿Qué pasaría con los militares que colocaron mal los avisos de prohibido el paso?”
Ulises Rafael Rico Olivero.