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Un 22 de noviembre de 1902, fecha en la cual se firmó en el interior de un barco norteamericano anclado en el Caribe, la histórica Paz de Wisconsin que dió por finalizada la recordada guerra civil de Los Mil Días, nació en Sincelejo un humilde personaje de ese municipio, hijo de un distinguido jefe conservador de la localidad colaborando desde muchacho en la tienda de un tío cercano, hasta que después de cumplir 20 años, sin haber asistido a una escuela primaria, pero aprendiendo a leer y escribir por su cuenta, decidió buscar nuevos horizontes y trasladarse a varios pueblos de la región hasta situarse en Barranquilla.

Después de desempeñar oficios varios, a mediados de los años 30 se decidió por instalar el primer puesto de periódicos y revistas en la Arenosa en un espacio al aire libre situado en el actual Paseo de Bolívar con calle Progreso, esquina del Cañón Verde.

Desde allí comenzó a vender los diarios de la localidad como fueron EL HERALDO, La Prensa, El Nacional y más tarde los del interior del país como fueron El Tiempo, El Espectador y El Siglo. Además las revistas que circulaban en el país como Cromos y Estampa y los que venían de Cuba, Argentina, México y EU. Muy respetado por el gremio, llegó a alcanzar el cargo de Vicepresidente del Sindicato de Voceadors de Periódicos y Revistas de Barranquilla.

Ello hizo que pronto el lugar se convirtiera en un sitio de encuentro para el comentario y la discusión, que nuestro personaje sabía sostener con un lenguaje respetuoso, preciso y convencible. Así llegaron personas que le brindaron su amistad como fueron el doctor Alberto Pumarejo, los periodistas Juan B. Fernández y Juan Gossaín de EL HERALDO y Julián Devis Echandía de El Nacional, el profesor Alberto Assa, de la Escuela de Lenguas, el Rector José Consuegra Higgins de la Universidad Simón Bolívar y otros, quienes no dudaron en entrevistarlo en más de una ocasión.

Dueño de la lectura mantenía en su modesta biblioteca libros como Doña Bárbara, La Vorágine. El conde de Montecristo, etc. Después de regresar de su trabajo en las horas de la noche, leía incansablemente hasta las primeras horas de la madrugada.

José Portaccio Fontalvo