Mi hermana y yo tendríamos nueve y siete años respectivamente pero es uno de los recuerdos que más atesoro de mi infancia. Mi papá manejaba su primer carro, un Renault 6 color naranja, a su lado mi madre siempre atenta a dar las indicaciones precisas para llegar al destino con la mejor ruta posible y atrás Carmen Cecilia y yo, compartiendo e inventando varios juegos con el fin de hacer el paseo más corto y ameno. "¿Dónde dice Edgardo Pereira?" preguntaba mi hermana mientras yo giraba mi cabeza de lado a lado hasta que gritaba señalando con mi mano derecha "¡allá, allá!" para luego ser mi turno y soltar mi acertijo: "¿dónde dice Sears?" y a los pocos segundos Chechy responde "¡allí, allí!".
De ese juego saltábamos a elegir nuestros automóviles preferidos. Mientras pasaba un Chevrolet Monza color verde oliva mi hermana lo elegía diciendo rápidamente para ganarme "ese es mío" y yo de inmediato ripostó apuntando con mi dedo índice un flamante Malibú de placa venezolana "ese es mío, ese es mío". Cansado de "comprar carros" veía a un loco deambular por la calle y me burlaba de mi hermana diciéndole "ahí va tu novio" y ella no se quedaba atrás haciendo alusión a unos zapatos viejos colgados en el cableado de energía riendo a carcajadas "mira dónde dejaste los tenis que te regalé de cumpleaños".
De repente, nos encontrábamos bajando por la carrera 46 a un par de cuadras de la calle Murillo y desde lo lejos divisamos un pequeño pero pronunciado puente que habíamos cruzado cientos de veces, y -mi hermana y yo- sabiendo el vacío en el estómago y las cosquillas que se sentían al subir y luego bajar le gritamos al unísono a mi papá: "¡más duro papi, más duro!". Y sí, mi papá siempre nos complacía y ambos -mi mamá y él- se reían a carcajadas al escucharnos decir mientras el carro bajaba a toda prisa: "yuhuuu".
¡Qué tiempos aquellos!
Antonio Javier Guzmán P.