Temprano al amparo de la bruma y ahogos del día taciturno, lleno de pasos públicos, caballos, motos, lleno de ausencia. Las rayas parecían gaviotas en el cielo despejado, ¡Oh? Pero qué es esto? ¡Ya! ¡Ya; perro canalla!” Entonces apartó al perro del bicho, suspiro, “Está aún vivo, ay, querido, ay ausencia de mi alma” el perro estaba como aquel Argos mísero de la odisea: sobre el estiércol, lleno de años. El hombre se sentó en un madero tosco, sacó del bolsillo una bolsa que envolvía un muslo cocido: ¡Somos tan míseros; ay ay, que míseros! Le acercó el hueso al can, lleno de melancolía, “desde ayer lo guardaba para ti, querido y fiel compañero” el perro estaba roído por sarna y caminaba torpe, más no cojeaba. La mañana era de maleza, de fauna, de ocaso, de cielo, de tierra, de simpleza del día, el bicho permanecía de bruces y el hombre lo miraba como se mira al familiar en el ataúd, recordando, veía barruntos de momentos felices, de momentos perdidos, recordaba todas las sonatas de tristeza, todo lo lóbrego y supersticioso, “Una lucecita en el fondo de un oscuro túnel, las luces acercándose, la salida es por el otro lado, amigo”. Su mujer se paró en el umbral, estaba desgreñada y en una bata remendada: ¿Por qué lloras amado de mi alma-dijo-de mi alma, de mi alma, si, de mi alma? El hombre la miró despectivamente y le dijo: Salte de mi vista, bruja, recoge tus despojos, no te quiero ver más. --Oh me ofendes ¡Ay ay como me duele!, la mujer puso seguro a la puerta y se alejó.
Dejemos pasar la mañana, para llegar a la noche y a las voces nocturnas:
¡Vengan, musas, oh musas, socorredme, oh si, musas, socorredme ¡Oh musas o si!, luego se río sombrío, el perro yacía en la entrada, sumergido en el sueño.
Como el cielo tiñe de día sus sentimientos de noche resentido, constante, pues gira en todos los sentidos”
El hombre mostró buen semblante y sacó del bolsillo una corbata, vestía un pantalón mocho, y unas botas embarradas, se la puso con la ilusión con que una reina una corona, luego vio al perro, y tal como don quijote viese en rocinante un percherón, así este vio al perro, al que le faltaban dientes, sacó un trozo de espejo de su inefable bolsillo: Mírate, compañero, contempla los dones de la naturaleza”.
Osneider I. Acuña Muñoz