La más grande de las canalladas entre las canalladas, es ignorar que enseñar es un saber; distinguiéndose el profesor entre el guía que simplemente repite lo que le enseñaron o copia al tablero para que otros copien o, en aislamiento, enviar un entrecomillas texto guía extractado de Internet o de un libro.
Esto es un problema que sin embargo, no creo atañe solamente al profesorado sino a la mayoría de graduados del país, primero, la causa es el formalismo que a su vez lo causa una especie de burbuja idílica que encierra a la sociedad, presta a explotar a la primera flecha del arco iris; la floja concepción de que todo debe ser sonrisas y colores hace que, por consiguiente no haya mejor palabra que esperpento para la sociedad actual, porque con el atractivo social se pierde la mayor necesidad profesional que es la aristocracia (incluyendo la meritocracia) entendida la primera como la inclinación a estructurar según lo haría “el que se supone mejor” entendiéndolo no como quien tiene notas más altas, sino por quien no estudia por ostentar y por el contrario lo hace por el deseo del saber.
Parecería trillado, pero no es lo mismo estudiar para salir adelante, que estudiar para saber, como tampoco lo es estudiar por protocolo y etiqueta; Si lo vemos de esta forma, precisamente por aquella burbuja nefasta, el plan de vida del formalismo es el siguiente: Nacer, reproducirse y morir.
En detalle, un trabajo fijo -como podría serlo el de profesor-, e unos protocolos e etiquetas pretendidamente cultos, por ejemplo: Antes se pedía no poner los codos sobre la mesa para no estorbar el plato del otro, puesto que comían apilados a una mesa; Y ahora se pide no poner los codos sobre la mesa -por educación-. El formalista es esto, una evolución barata de la sociedad de Valle Inclán, solo que actual y general, y como la mayoría de quienes ocupan las universidades, son formalistas, el resultado es una corriente que no sobrepasa el concepto.
Osneider Acuña Muñoz