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En un barrio del municipio de Soledad, Marisela Giraldo y Kevin Moreno viven el suplicio de la larga espera por una prueba de COVID-19.

'Cuando tuve la gripa llamé a la EPS', dice tomando aire para seguir hablando. 'El médico me mandó unos medicamentos'. Se escuchó de nuevo la respiración por el teléfono. 'Y que si en 7 días no mejoraba'. Respiró más hondo. 'Tenía que volver a llamar'.

Marisela Giraldo habla con dificultad, con esfuerzo, como si estuviese subiendo una montaña en bicicleta.

Hace 15 días le empezaron los síntomas. Al principio, presentó una gripe leve por tres días y desapareció. Después le dio fiebre mayor a 38°, se empezó a sentir cansada y, ahora, ya tiene dificultad para respirar.

'Siento un dolor en el pecho muy fuerte y el mundo no me huele a nada. Tampoco siento sabor', relata la mujer de 32 años que vive con su pareja y su hija de 15 años, que también presenta síntomas.

El pasado viernes 19 de junio llamó a Salud Total (su EPS), según cuenta, a pedir que le practicaran una prueba de COVID-19 por los síntomas leves que sentía y porque ese mismo día ya estaba en aislamiento por orden de la empresa donde labora, donde se presentaron algunos casos positivos. Sin embargo, hasta la fecha, aún no la han atendido.

'El viernes reporté el caso a la EPS. Me dijeron que en cinco días ellos se comunicaban conmigo. Como no me llamaron, yo llamé y pedí una cita de consulta externa', afirma.

Después de ocho días, el viernes 26 de junio, un médico la atendió por teleorientación. Dice que le mandó unos medicamentos, que le indicó que debía permanecer aislada en casa y le envío un formato de aislamiento para enviar a su trabajo.

Su pareja, Kevin Moreno, al ver la situación que estaba viviendo en su hogar, reportó el caso a la empresa donde labora como vigilante y lo enviaron a casa a aislarse.