El Heraldo
Barranquilla

Dolor, miedo y lágrimas, la dura experiencia de la COVID-19

EL HERALDO recopiló las historias de tres personas que han sufrido los síntomas de la enfermedad causada por el coronavirus.

Los relatos de las personas que han sufrido los embates de la COVID-19 estremecen, asustan y desnudan detalles de lo frágiles que somos los humanos y los muchísimos temores que tenemos cuando una enfermedad mortal toca la puerta. Padecer el nuevo coronavirus, según lo explicado por diferentes contagiados, es hacer parte de un juego largo y traicionero, en el cual un día el cuerpo muestra signos de mejoría y de haber vencido la resistencia del virus, pero que en realidad solo es una errónea sensación de estar recuperado que envía rápidamente al traste la esperanza de mejorar con la aparición de complejos corrientazos por todo el cuerpo, pérdida de olfato y gusto, dolores de cabeza severos, fiebre y diarrea.

Y, cuando la enfermedad empieza a hacer mella en el cuerpo, aparecen los pensamientos más negativos. Cuentan los afectados por este mortal virus que la sensación de quedarse sin aire y de ser incapaz de decir una oración sin problemas hace que sea casi inevitable pensar en la muerte, una reflexión que los hace interiorizar espiritual o religiosamente para encontrar la suficiente fuerza y seguir aferrándose a la vida.

“Uno cree que a uno no le va a pasar nada hasta que la enfermedad llega. Uno se asusta mucho, más cuando ve que algún familiar o conocido se muere y ahí todo es más complicado. Uno llora de la desesperación por no poder mejorar y sentir hasta asco de uno mismo por poner en peligro la vida de las personas más cercanas a uno”, dijo Laura*, una persona que superó el virus.

Pero –además del miedo lógico a la enfermedad–  hay otras razones por las cuales los contagiados viven dramas que dificultan mucho más su situación: rechazo, estigmatización y discriminación.

“Yo me acuerdo que lloraba todas las noches de lo mal que me sentía. No podía ni respirar, pero me sentía peor porque nadie podía estar conmigo, los vecinos me miraban raro y hablaban desde que me hicieron la prueba”, cuenta una persona que superó la enfermedad.

A continuación, EL HERALDO cuenta las historias de tres personas que han sido afectadas por el coronavirus, pero han logrado recuperarse.

Dolores paralizantes, efectos del virus

El día que Gabriela* ha tenido más temor en estos tiempos fue en la noche del domingo 31 de mayo. Uno de sus hijos, quien ha tenido problemas con asma, respiraba agitadamente, su abdomen se contraía en formas preocupantes y, a pesar de no ser un joven que se queja cuando se siente mal, le dijo a su progenitora que el dolor que sentía en el pecho era tan grave que le costaba exageradamente inhalar aire. Su esposo, positivo para COVID-19 al igual que ella, decidió inmediatamente llevar al menor a una clínica de la ciudad, una acción que rompió el silencio del barrio con el sonido de las llantas del carro patinando por el sector.

“Esa noche me arrodillé a llorar, a clamarle al Señor que sacara a mi familia de todo esto. Me asusté mucho. Mi hijo estuvo hospitalizado 24 horas y luego le hicieron prueba y al igual que mi hija salió negativo”, contó.

Pero a pesar de que sus dos hijos no estaban contagiados, la suerte de Gabriela era distinta y ella sí tuvo que sufrir los embates del nuevo coronavirus, al cual describe como un carrusel.

Narra, desde su experiencia, que de un día para otro le nacieron un sinnúmero de dolores y que durante su proceso el dolor fue tan intenso en las noches, sobre todo en la parte baja de su cuerpo, que no pudo conciliar el sueño. No se hallaba en la cama. No sabía si sus dolores eran óseos o musculares. No encontraba acomodo y, debido a todo lo anterior, rompía a llorar cada tanto por lo sensible que estaba.

“Lo más duro es no poder hacer las cosas por nosotros mismos. Nos quedamos sin dinero en efectivo y teníamos que buscar personas para que nos hicieran el favor en un cajero y pedir a domicilio las cosas. Eso es algo complejo por más afecto que le tengan a uno. Gracias a Dios contamos con una buena EPS que nos tenía controlados”, dijo.

“Es una enfermedad que como no permite que nadie lo consuele o lo atienda, uno termina deprimiéndose. Gracias a Dios entre mi esposo y yo nos hemos podido atender. En la casa tenemos una manera de orar particular y es que lo hacemos guardando la distancia y con tapabocas”, agregó.

El dolor ha sido tan intenso para Gabriela que ha estado muchos días postrada en la cama y, cuando se ha sentido mejor, su cuerpo se ha sentido agotado por las actividades que intenta hacer, un desgaste propio del malestar general y de otros síntomas como la pérdida de olfato, gusto, dolores y fiebre.

“Ahora estamos a la espera de los resultados de la tercera prueba. Estamos emocionados por hacernos valer de nosotros mismos y poder trabajar”, cuenta luego de estar 41 días batallando con la enfermedad.

Angélica y cómo el coronavirus la llenó de ansiedad y desesperanza durante varios días

Angélica  dice que nunca pensó que fuera a hacer parte del reporte oficial de contagiados que todos los días emite el Ministerio de Salud. Pensaba que la estela del nuevo coronavirus no iba a reposarse sobre ella, pero en el momento menos esperado se contagió y sufrió una variedad de síntomas que la perjudicaron tanto a nivel físico como mental.

El coronavirus la ha golpeado más fuerte unos días que otros y, por momentos, su ánimo decayó profundamente, pero reconoce que de a poco ha logrado salir adelante gracias a los consejos de sus amigos.

“He sentido mucha desesperanza, al punto de pensar que todos los planes y sueños que tenía se fueron por el caño, pero hablando con mis amistades, que me alientan, me dicen que no es así, que piense que en el momento las cosas se pospusieron y es cierto. Ya por esa parte ha cambiado un poco mi manera de pensar. Como dice el dicho, el tiempo de Dios es perfecto”, cuenta la joven profesional.

Angélica sufrió fiebre, diarrea y malestar general que, en algunos días, le imposibilitó dormir bien o tener algo de tranquilidad en el día, una sintomatología que la hizo pensar lo peor luego de que varias personas de su círculo cercano hayan muerto por los efectos del nuevo coronavirus.

“Pensé en la muerte muchas veces porque he tenido personas cercanas que han fallecido y eso me ha causado bastante ansiedad. En estos días estuve muy ansiosa porque murió el abuelo de un amigo y la mamá de otro amigo y eso me ha afectado bastante. De resto, todos los días me la paso tomándome los medicamentos. Yo nunca pensé que fuera a vivir algo así y a veces pienso que esto es como una película. A veces he sentido que esto no va a terminar y me causa mucha desesperanza”, contó.

Al momento de su relato, Angélica estaba a la espera de los resultados de la segunda prueba de la COVID-19. Asegura estar agradecida por tener “más tiempo en la tierra” y espera vencer prontamente al virus.

Rechazo y discriminación, otro mal del virus

Javier* siente que su “infierno” comenzó desde el día que le hicieron las prueba del nuevo coronavirus. Estaba en su casa y días antes –para evitar que sus vecinos se alarmaran a grandes escalas– había informado que iba a ser sometido a la PCR por haber estado en contacto con una persona contagiada de COVID-19 en su trabajo. Asegura que, inicialmente, los moradores de su edificio lo apoyaron y se mostraron de acuerdo para despejar cualquier duda, pero luego de que estos últimos vieron a dos hombres entrando a su hogar con trajes de bioseguridad, algo cambió en el ambiente de su residencia.

“A los días me enteré que personas de otros pisos tomaron fotos y empezaron a hablar mal de mí. Que no debería estar en el edificio y cosas así. Esas son cosas que duelen, más porque uno lo que menos quiere es contagiar a los demás, pero eso solo fue el principio”, asegura el joven profesional.

A pocos días de haberse realizado la prueba, Javier empezó a sentir dificultad en la garganta y malestar general. No le prestó mucha atención a esos síntomas hasta que su cuerpo registró altas temperaturas que le impedían dormir por las noches. Dice que para colmo de males, también sufría de diarrea y dolor de cabeza, dos afecciones que no sabía cómo tratar debido a que vive solo.

“Cuando me empezó a dar fiebre me preocupé mucho y fue cuando le dije a mi mamá, pero ella enseguida se puso mal por la noticia. En esos días me llegó la respuesta de que era positivo por COVID-19 y ya todo se puso peor. Yo solo, sin nadie que me atendiera era muy complicado. No quería que nadie me visitara para atenderme para no exponerlo, así me que tocó sufrir en silencio porque después me empecé a quedar sin comida (risas)”, contó.

“Uno por ser joven cree que puede soportar la enfermedad y la verdad no tenía miedo, pero un día empecé a tener dificultades para respirar y ahí me asusté mucho. Me dolía el pecho, como si me lo estuvieran apretando y literal ese día casi no me pude parar de la cama. Ahí no se da cuenta que esto le puede pasar a cualquiera y que la vida se acaba en menos de nada. Menos mal no fue así para mí”, agregó.

Según Javier, sufrir de coronavirus también puede debilitar la parte mental, por lo que evito pasar mucho tiempo interactuando en redes sociales y estar pendiente de los noticieros. Lo anterior, con el objetivo de no tener mucho conocimiento de las cifras mortales del virus que tiene en crisis sanitaria a todo el mundo.

“Yo veía que los números aumentaban todos los días y siempre contaban casos de gente que se moría, hasta gente de mi edad veía yo que salían en los listados que me mandaba por WhatsApp. Entonces preferí estar lejos de todo eso para estar más fuerte mentalmente y que mis pensamientos no fueran negativos. Gracias a Dios pude superar la enfermedad y lo único malo fue después esperar la larga espera de la segunda prueba, pero es algo por lo que no quiero volver a pasar”, concluyó.

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