No sabemos cuántos niños wayuu más tendrán que morir para que la atención al problema de la desnutrición en La Guajira se convierta en una verdadera prioridad en las políticas públicas. Para que ocupe un lugar central en las agendas de los gobiernos nacional, departamental y local.
La cifra de víctimas, que este fin de semana se elevó a 81, vuelve a prender las alarmas por los niños muertos durante 2016 en este departamento. Preocupa aún más que el número sigue en franco aumento, pese a todos los esfuerzos por llamar la atención sobre el problema, materializados en los titulares de prensa, las investigaciones y las intervenciones de organismos nacionales e internacionales. Incluida una ofensiva de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que hace unos meses exigió al Estado colombiano que ejecute las medidas necesarias para mitigar el drama humanitario, sin que, por lo visto, se hayan atendido sus requerimientos.
La premura aumenta cuando, como se reseña en una nota de esta edición, los líderes de la etnia destacan la alarmante cifra de cerca de 37 mil niños que padecerían de desnutrición en el departamento. Una estadística que atribuyen a la Defensoría del Pueblo y que, de ser cierta, daría cuenta en toda su crudeza de la magnitud de una tragedia largamente anunciada.
A esto se suma la nada despreciable cuenta de unas 9 mil mujeres embarazadas o lactantes que se enfrentan a la situación de una falta de alimentación adecuada, que las afecta no solo a ellas, sino a las criaturas que llevan en el vientre.
La desnutrición infantil no es el único problema que padece el país. Y muchos departamentos libran esta batalla con mejores resultados. Sin embargo, es intolerable que un Estado no se emplee a fondo para erradicar de raíz el flagelo, que hoy castiga con especial dureza al hermoso, pero por mucho tiempo mal gobernado, departamento de La Guajira.
Hemos sido insistentes en este llamado, y con cada víctima lo volveremos a ser. Es inaplazable que las autoridades y la sociedad en su conjunto pongan la lupa en el drama de muertes por desnutrición, porque hacerle frente es también construir país y futuro. Forma parte del empeño por tener mejores índices de equidad, de educación, con mejores tasas de empleo y con una mirada integral al futuro. Y va también de la mano del llamado a la Región Caribe para convertirse en una despensa agraria, lo que implícitamente debería alejar la hambruna de nuestro territorio.
El problema de los niños wayuu no es solo de negligencia o ausencia de políticas. Es la consecuencia de múltiples ‘plagas’ que han azotado a ese departamento, desde la corrupción en las esferas políticas hasta el abandono y la falta del Estado en las veredas y rancherías más alejadas de la península.