Las brisas son un elemento indiscutible en la fórmula de la nostalgia barranquillera. Desde principios de diciembre pasado, su llegada ha sido bien recibida luego de un año con convulsiones climáticas que mantuvieron al país de un extremo a otro.
Arropada por los vientos, la ciudad volvió a verse soleada y propicia para los paseos urbanos de los visitantes de temporada de fin de año. La brisa trae consigo su propia banda sonora, pues hace sonar distinto a la ciudad: largos silbidos se toman los edificios, mientras el agitar de las hojas de los árboles resuena por las calles y la música que arrojan los equipos y picós llega mucho más lejos, cabalgando el aire.
Además, la brisa supone un descenso de la temperatura, lo cual es inusual para la ciudad. Representa de esta manera un alivio frente a un calor que no dio tregua durante meses, puesto que se mantuvo igual de fuerte mientras hubo sequía y cuando pasó el embate de los aguaceros.
Pero como bien lo saben los barranquilleros, esa brisa tan característica de los días de diciembre y enero también entraña algunos peligros. Hace algunas semanas las autoridades se vieron obligadas a decretar la alerta naranja, lo que implica restriccio nes para el uso de las playas y obliga a la red hospitalaria y los organismos de atención de emergencias a mantenerse en guardia ante posibles contingencias. Además, los árboles viejos y secos pueden verse comprometidos ante el embate de los vientos, y provocar emergencias, como ya ha sucedido más de una vez.
No obstante, uno de los mayores motivos para tomar medidas preventivas frente a las brisas es, también, de una naturaleza imperceptible a simple vista.
Los expertos coinciden en advertir que los vientos que recorren la ciudad de cabo a rabo operan como vehículos para transportar virus, especialmente los que afectan las vías respiratorias. El efecto suele ser una ola de contagios d e estas enfermedades, que se propagan con mucha facilidad gracias a ráfagas que están llegando a una velocidad de hasta 42 kilómetros por hora. Los ojos son otro blanco de afectaciones por estos días.
Además, también es común que las brisas levanten polvo y suciedades del ambiente, lo cual genera como consecuencia que se disparen las consultas por alergias. Aunque por lo general se trata de infecciones respiratorias cuyas consecuencias no son realmente graves, la situación puede ser delicada cuando toca a niños en temprana edad o a adultos mayores, en especial aquellos que ya tienen padecimientos respiratorios. Así mismo, genera un impacto en la productividad, que se ve menguada por las incapacidades laborales que sobrevienen.
Esta es una situación que puede ser perfectamente prevenible si las personas observan algunos cuidados básicos, en particular aquellos que se sienten ya ‘atrapados’ por algún virus. Acciones básicas como abrigarse correctamente o recurrir al uso de tapabocas pueden contribuir notablemente a cortar el ciclo de contagios, y evitar que la brisa traiga consigo dolores de cabeza.