En circunstancias normales, una agresión o cualquier conflicto fronterizo puede convertirse en elemento que, aprovechando que ello exacerba el patriotismo, dispare la solidaridad de la gente con su gobernante, y por ende la favorabilidad del mismo. Algunos aseguran que es precisamente lo que busca Maduro con las agresivas actitudes asumidas frente a los colombianos, buscando apoyo ante la relativa proximidad de unas elecciones que no pintan nada claras para su gobierno. Otros en Colombia pronosticaron que Santos aprovecharía para obtener mayor favorabilidad, que muy baja se encuentra.
Pero aquí parece ser la excepción que confirma la regla: ni los venezolanos aprueban los desmanes de Maduro, ni los colombianos mejoran su favorabilidad hacia Santos. En Venezuela, la oposición, más de la mitad del país, implacable critica la violación a los derechos humanos, devela los abusos como absurda maniobra politiquera, acusa a Maduro de lanzar cortinas de humo para tapar la pésima situación que por culpa del Gobierno atraviesa el país, vocifera que la pugna obedece a una pelea interna por el dominio del narcotráfico, asegura que se cobra a los deportados por dejar pasar sus enseres, señala sus desmanes como peligrosa intención de promover un conflicto militar, y la favorabilidad de la gente por el Gobierno se disparó, pero hacia abajo. No le funcionó la cosa.
A Santos tampoco. En Colombia hay unanimidad, pero en contra del gobierno venezolano, de Maduro y su combo. Y solidaridad con los nacionales atropellados. Se rodea, claro, al Gobierno. Pero se acusa a Santos de estar pagando las consecuencias de sus debilidades. Ni siquiera nuestros izquierdosos chavistas han salido a defenderlo. Volvió a la memoria que nada hizo cuando con fotografías satelitales se demostró que lo que hay allende las fronteras son campamentos de guerrilleros que allí se refugiaban y acampaban. Se recordó que, en contra del sentir nacional, nos vinculó a Unasur, combo de países desafectos, y nombró como representante a quien representando al narcotráfico fungió como presidente de Colombia en un período de vergüenza internacional. Hoy la gente rememora las actitudes blandengues que, en equivocada protección a las conversaciones de Cuba, asumió frente a las agresiones de los gobiernos de Nicaragua y de la misma Venezuela. Lo que se percibe es que perdimos respeto ante la comunidad internacional.
Lo de la OEA es una muestra. No se alcanzaron los votos necesarios para aprobar, no un rechazo a las estupideces de Maduro, sino simplemente que se debatiera el tema de los derechos humanos violentados en la frontera. Hasta Panamá se abstuvo. Las declaraciones recordaron el perder es ganar un poco de aquel técnico: “No fue una derrota porque recibimos apoyo de muchos países”. Una bobera. Aunque unidos, lucimos inermes, erráticos. Por supuesto que no se trata de plantear una guerra, sino de adoptar posiciones diplomáticas firmes. A ver si la favorabilidad mejora.
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