Suiza vuelve a levantar barreras
A los veinte años, hace ya un tiempito, viajé a Suiza en tren para visitar a mi madre, que había montado una tienda en el cantón de Graubünden después de superar los obstáculos burocráticos para regularizar su situación como extranjera. El oficial de aduana a bordo revisó mi pasaporte alemán y luego me recordó con mucha insistencia que no tenía derecho a quedarme más allá de tres meses y tampoco permiso para trabajar. Me quedé pasmado. Fue la primera y hasta hoy única vez que me han tratado como si fuera un inmigrante económico sin papeles. En este mundo lleno de fronteras infranqueables para la mayoría de los seres humanos, los alemanes solemos beneficiarnos de cierta discriminación positiva.
Hoy, los ciudadanos de la Unión Europea tienen derecho a residir y trabajar en Suiza gracias a un acuerdo de asociación al mercado común. Sin embargo, el domingo pasado los suizos votaron en un referéndum vinculante a favor de una propuesta del ultraderechista Partido del Pueblo Suizo para restringir la llegada de inmigrantes desde los Estados vecinos de la UE.
Los habitantes del país alpino compraron el mensaje de que estos forasteros –en su mayoría alemanes y franceses– les quitan los puestos de trabajo. Y eso, en un país con uno de los más altos niveles de vida del continente y prácticamente con pleno empleo. Los suizos no son más chauvinistas que otros europeos, y parece bastante probable que una consulta de este tipo triunfaría también en Alemania, Reino Unido o Francia.
La respuesta desde la Comisión Europea en Bruselas y otras capitales fue contundente. Todos advirtieron al gobierno de Berna –que se había opuesto a la iniciativa de la ultraderecha– que la restricción de la inmigración tendrá graves consecuencias para el país. Suiza podría quedar excluida de programas y fondos europeos y enfrentarse a nuevos aranceles. El acuerdo entre la UE y la Confederación Helvética se basa en cuatro pilares. Uno es la libre circulación de personas, que es “indivisible” de la libre circulación de mercancías y capitales, según recordó el miércoles Evangelos Venizelos, ministro de Exteriores de Grecia, que ostenta la presidencia rotatoria de la UE. Otros dirigentes se han manifestado en el mismo sentido.
Desafortunadamente, los europeos no aplican estos mismo principios liberales a las relaciones con otras partes del mundo. Por ejemplo, el Tratado de Libre Comercio con Colombia, que entró en vigor el año pasado, solo prevé la liberalización del comercio bilateral, mientras los colombianos todavía necesitan un visado para visitar el Viejo Continente. Se han eliminado barreras para las empresas de ambas zonas pero se mantienen las restricciones sobre el movimiento de la gente. Obviamente, aparte de la geografía montañosa no hay mucho en común entre Suiza y Colombia o Perú. Pero parece que una vez más los dirigentes europeos aplican altos estándares morales en algunos casos, mientras en otros reina el pragmatismo puro y duro.
@thiloschafer
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