87 niños murieron en La Guajira por desnutrición este año. Fueron cayendo de dos en dos, muchas veces. Fuerza aérea evacúa a dos menores, dos niños fueron sacados en helicóptero, van 57 en el año, ya son 64 casos este año, trasladados de Punta Gallina, diez hospitalizados, entregan restos de cinco niños por desnutrición, van 69 casos, van 70 casos, murió niña wayuu de un año, muere tercer niño wayuu en 72 horas, fallece niño de 18 meses por desnutrición en Manaure, van 70 casos, tercer niño en un fin de semana, médico denuncia que padres no permiten atención de niño wayuu, van 83, y así siguieron contando. Nos acostumbramos todo el año a leer los lapidarios titulares ilustrados con ataúdes blancos o famélicos niños en los brazos de una madre sollozante. Flaco el niño, flaca la mujer que lo lleva. Seco el paisaje.
Fracasados debates con ínfulas de académicos tiznaban de mayor decadencia el panorama. Unos señalaban con dedos acusadores a los políticos corruptos de La Guajira, en este país lleno de políticos corruptos en cada rincón de la geografía nacional. Pero este país cree que no es lo mismo ser corrupto de la élite cachaca que ser corrupto en Manaure. Unos explican el progreso, otros la desnutrición. Otros aseguraban que el problema eran los “indios” que no permitían la atención en salud. Alguna vez una ilustrada profesora de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, quien estaba de parte de los intereses del pueblo wayuu ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, explicó el problema diciendo que se trataba de gente ignorante. No se refería a quienes deciden las políticas públicas sino a la comunidad wayuu. La incomprensión de la cosmovisión de un pueblo ancestral se suma con la absurda vanidad de los absurdos ilustrados.
Y los niños se mueren, mientras todos piensan a quién echarle la culpa. Los unos se las echan a los otros, que es una forma de que nadie sea responsable. La minería, el desvío de los ríos, el desierto, las concesiones de los políticos locales y los nacionales, la ceguera, la falta del agua, las distancias, el sol, la lengua, las creencias, la desesperanza, la brecha, las pequeñas tumbitas blancas, la palabra.
Tantos héroes tratando de salvar a La Guajira, como si La Guajira fuese una cosa allá, lejana, irresoluble. Tantos héroes ganando reconocimiento para exponer un problema que no entienden. Un Estado que no lo entiende y una comunidad que no entiende al Estado ni se siente parte de él.
Ni ayudas ni diagnósticos apresurados ni una visita de un político de acartonada guayabera. La Guajira y el pueblo wayuu necesitan que los comprendan, necesitan del palabrero, volver a la palabra. La Guajira necesita que se vea el dinero que le sacan de la tierra. Le chupan todo al territorio y solo dejan un cascarón vacío. Pero también necesita tiempo, tiempo para entenderla, sin espectáculos mediáticos narcisistas, tiempo para que sus palabreros hagan lo que saben hacer. Porque es sobre ellos que descansa un sistema normativo que es patrimonio de la humanidad, no sobre los funcionarios ni los académicos ni el periodismo ególatra que cuenta muertos y cacarea a diario con la tragedia.
javierortizcass@yahoo.com