Hace tres meses los periódicos en Europa reflejaban la discusión sobre la realización del Brexit. En uno de ellos el columnista se refería: “estos plebiscitos solo apelan al pueblo para ignorar al pueblo avivando pasiones pasajeras”. “Pero en líneas generales los resultados han sido aceptables porque los demagogos y los incompetentes pocas veces han sobrevivido a esta selección. Hecho que ha servido para reforzar la democracia”.
Hace casi tres siglos, Burke nos previno del riesgo de confundir la democracia auténtica y la exaltación popular y consideraba que un parlamento era el intermedio idóneo para deliberar y aprobar leyes que sus propios autores no lamentasen al día siguiente. Y reforzar la democracia auténtica que permite la coexistencia pacífica de los pueblos y de opiniones divergentes.
Albert Camus entendía la justicia social en función de que cada individuo recibe al nacer todas las oportunidades. La dificultad estriba en que debe hallarse la coincidencia entre dos principios: una economía colectivista y una política liberal para llegar a una sociedad más justa. Y al margen de las ideologías, para conseguir ese equilibrio constante que supone la felicidad humana, imprescindible para que cada hombre pueda ser el único responsable de su destino. Y el logro, tendría que venir con las únicas armas de la crítica y la razón, como afortunadamente nos pasa en Colombia, con discrepancias pero con el espíritu abierto para llegar, a través del entendimiento, la cultura de la paz y la cohesión social, a una real convivencia de paz.







