Pese a que hay sectores incapaces de imaginarse el país en paz y que hay sectores que quieren más derramamiento de sangre –con los hijos de otros mientras los suyos se han enriquecido sacándole ventaja hasta a las tierras que dejan los desplazados–, hay una fuerza que cobra vida propia, que no depende del Gobierno, que sabe que Santos no es la paz, pero que apoya los acuerdos de La Habana. Esa fuerza marchó masivamente por las calles colombianas, y con las voces de estudiantes, sindicalistas, movimientos agrarios, maestros y camioneros, se levantó una contundente protesta contra las políticas de Juan Manuel Santos. Clamaron“paz con justicia social” y gritaron“Que pare hasta la guerra”.

Es la muestra de una madurez política de la sociedad civil colombiana que es capaz de tomar distancia del Gobierno y reconocer, sin embargo, que el camino del dialogo que se adelanta es el único decente, pese a todas las críticas que le caben.

Porque la paz por la que se camina hoy, no es la paz de Santos. Ni de las Farc. Es la paz nuestra. Otra poderosa muestra de esto también ocurrió esta misma semana. Una cosa insólita, Montes de María, una de las regiones más desangradas por el conflicto armado, firmó la paz. La presencia de las guerrillas, el accionar paramilitar y militar, arrasaron todos los pueblos de la región. La masacre de Las Palmas, de Macayepo, de Chengue, de los vendedores de galletas de El Carmen de Bolívar, de Las Brisas, fue toda una cartografía de la tragedia. La polarización también se apoderó de la región, habían fronteras imaginarias, divisiones entre los pueblos, desconfianzas, a unos se les señalaba de guerrilleros, a otros se les señalaba de paramilitares.

En Montes de María sí que vieron a la guerra de frente, nadie se las contó por el noticiero. Esa misma gente, la gente montemariana, hoy atiende esta coyuntura histórica por la que pasa el país. Hoy se levanta y le da una lección al gobierno de Santos y a los señores de las Farc. Ellos que lo sufrieron, ellos que fueron víctimas de los toques de queda de los armados, dicen “Miren, así se hace, así se firma la paz”.

Simbólicamente la firmaron, enterraron la guerra y tocaron un lumbalú. Allí estuvieron líderes como Wilmer Vanegas, Soraya Bayuelo, Gabriel Pulido, gente que ha venido construyendo la paz desde hace muchísimo tiempo, incluso en aquellos días en los que Santos, que ahora habla de paz, solo pensaba en la guerra desde el Ministerio de Defensa de Uribe. También estuvo Juana Alicia y las Mujeres Tejedoras de Mampuján, que son Premio Nacional de Paz. Estuvo la Ruta Pacífica de Mujeres y firmaron, y dijeron “No podemos dejar que ganen los guerreristas”.

Allá, en La Habana, tienen que saberlo. La salida armada es anacrónica y absurda. El Gobierno y las Farc tienen la obligación moral de sacar lo mejor de esos diálogos y, luego, empezar a contribuir por la justicia social que se necesita para que la barbarie no vuelva a ocurrir.

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