En mayo del año pasado el periódico El Tiempo sacó una noticia en la que Juan Gossaín aseguraba que Óscar Collazos había muerto, cuando el escritor todavía mandaba trinos críticos e ingeniosos desde su cama en una clínica de la ciudad de Bogotá. “Mi querido Juan: no mates al perro que todavía ladra”, respondió Óscar sin perder el humor pese a su delicado estado de salud.
Por supuesto que quienes apreciamos a Óscar, nos pareció de mal gusto ese tipo de anuncios, precipitados quizá por cierta vanidad informativa, y cuando de verdad ocurrió su dolorosa partida unos días después, sentimos una sensación extraña porque de alguna forma la falsa noticia nos había adelantado una parte del duelo.
La misma sensación de malestar hemos sentido en estos días precisamente por Juan Gossaín, y por el ejercicio político e informativo. La semana pasada, circuló profusamente en las redes sociales una extensa carta apócrifa, en la que al final aparece el nombre del veterano periodista. ‘La carta’, escrita con la prosopopeya delirante de las proclamas incendiarias del siglo XIX, pero sin la riqueza literaria que ofrecían aquellas, rechaza el proceso de paz, pide la renuncia del Presidente, y acude a las palabras de uso común en este tipo de escritos: patria, soberanía, mancillados, dignidad, vejaciones…
Para que el ejercicio de suplantación fuera más creíble, en estos tiempos de consumidores y no de ciudadanos, en la parte final introdujeron el contenido de una crónica que sí escribió Juan Gossaín y que publicó El Tiempo el 7 de diciembre de 2010. Aquella nota, titulada “Sancocho de ácido, carbón y mercurio”, no tiene nada que ver con las intenciones de la falsa carta, y habla de los trágicos resultados de la contaminación ambiental en el país.
Todo ciudadano tiene derecho a contradecir las políticas del gobierno de turno si tiene a bien hacerlo, pero para tal ejercicio hay unos mínimos códigos éticos. Utilizar el nombre de otro individuo para defender los intereses propios, además de un delito y de una ofensa a esa persona, es un atentado contra todos los ciudadanos. El país ha entrado en un frenesí informativo en el que se acude a cualquier artimaña para desvirtuar al opositor. Algunos todavía nos acordamos que en octubre de 2014, en el programa la Hora de la verdad, que dirige el exministro Fernando Londoño, se divulgó una columna escrita supuestamente por Mario Vargas Llosa, en la que con retorcida prosa grecoquimbaya, se hablaba en contra de los gobiernos de Argentina y Venezuela, y se lanzaban dardos contra el presidente Santos. Ofendido en su orgullo, Vargas Llosa negó ser el autor del texto: “Es ridículo, de mal gusto y lleno de vulgaridades”; “está escrito con los pies”.
Hasta dónde vamos a llegar en este juego macabro de especulaciones en los que no importa la noticia sino el escándalo que genera. Cuál será el límite de esta orgía mediática que ha convertido al ejercicio periodístico en una búsqueda insaciable de bestiarios noticiosos.
javierortizcass@yahoo.com