Mentira como arma política
En la guerra y en la política la mentira se convierte en un arma. El presidente venezolano se apoya en sus propias mentiras para mantener en la cárcel a los líderes opositores. También se vale de mentiras para retrasar a conveniencia el examen de las firmas que piden su destitución. Era una mentira el discurso nazi que legitimaba la campaña de extinción masiva de los judíos y fueron mentirosas las acusaciones de los sacerdotes del templo contra Jesús.
Podrían multiplicarse los hechos de ayer y de hoy que demuestran el uso de la mentira como arma política. El más frecuente es el que disfraza como una ideología –con pomposo nombre y enunciados acomodaticios– lo que son solo sentimientos personales y reacciones viscerales. Refiriéndose a la situación colombiana, el excanciller de Israel Scholomo Ben Amí decía que “en política los sentimientos y las emociones se visten de ideología. Pero lo que hay detrás son emociones humanas”. Aludía a los móviles de los que apoyan el Sí o el No del plebiscito. ¿Es la paz como bien de todos, o es un interés personal, una inquina, una rabia, o la búsqueda de un objetivo personal? Cuando esa intencionalidad se disfraza de ideología comienza un proceso de mentira. Y tras la mentira inicial emergen las otras mentiras. Que si triunfa el No vendrán para quedarse las armas y la vieja guerra. ¿Es algo probado y sabido? Viene a ser un anuncio tan mentiroso como el otro pronóstico: que vendrá una renegociación de los acuerdos.
Son mentiras con un calado similar al de los anuncios publicitarios que combinan de modo perverso partes de mentira y de verdad en los discursos.
Durante la guerra, las palabras se reacomodan para engañar: la guerrilla habla de retenidos o de prisioneros de guerra cuando debiera aceptar que son secuestrados. El caso de los secuestrados del ELN hoy, como los de las Farc ayer, es patético. Hay un inconsciente pudor de los dos grupos para reconocer esa parte sucia de su guerra, que se disfraza con la mentira.
Lo mismo está sucediendo con el reclutamiento de niños. Cuando las negociaciones de paz los llevan a dar la cara y a enfrentar la verdad de los hechos, ocurre lo que se vió en el encuentro entre familiares de los diputados del Valle y los jefes guerrilleros en La Habana: allí desaparecieron todas las mentiras con que se había disimulado el torpe asesinato y apareció la verdad. Una inconsciente sabiduría enseña a las víctimas que antes de reparaciones materiales, lo que ellos necesitan es la verdad de los hechos. La mentira, esa parte tortuosa y oscura de la guerra, debe quedar atrás si se quiere la paz.
¿Por qué se calla que en los acuerdos con los paramilitares hubo niveles de impunidad superiores a los acordados con las Farc? ¿Y que a los paras desmovilizados les pagaron casi el doble de lo que recibirán los guerrilleros? ¿Es otra forma de mentir, similar a la que calla los obstáculos y omisiones que vuelven la ley de tierras un sueño irrealizable para los desplazados?
Los hechos están convenciendo a la población de que políticos y mentirosos son términos casi sinónimos y de que mientras no haya verdad será imposible la confianza, que es el fundamento imprescindible de la paz.
jrestrep@gmail.com
@JaDaRestrepo
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