El 2017 nos encuentra a los colombianos en el mismo dilema de hace más de cincuenta años: buscando el camino para acabar el conflicto armado interno. Parece que en el país fuéramos fieles al pensamiento de San Agustín, para quien “nuestra naturaleza es tan limitada que la paz solo es posible en el reino de los cielos”. 

El nuevo año nos encuentra, nuevamente, priorizando en la agenda los acuerdos de paz con la Farc, y probablemente con otras organizaciones insurgentes, mientras siguen postergándose necesidades prioritarias del conjunto de la población. 

Un reciente estudio de la Cepal muestra a Colombia como uno de los países de la región que más dificultades tiene para que las personas puedan salir de una condición de pobreza. 

Cuando miramos en el mapa del país cómo se extiende su riqueza natural, cuesta entender por qué tenemos tantas dificultades para encontrar caminos sólidos hacia la paz y el bienestar de toda la población.

Aunque existen miles de diagnósticos, desde las perspectivas económicas y políticas sobre la situación del país, son muy pocos los estudios que buscan explicaciones a partir de la naturaleza humana. 

Quizás, el estudio más completo es uno denominado ‘el Almendrón’, un diagnóstico que pretendió encontrar el núcleo generador de nuestros problemas. En ese estudio, auspiciado por Colciencias, hay varios resultados que llaman a la reflexión. 

El primer elemento que encontraron, como causante de las dificultades del país para superar sus problemas, es la alta racionalidad individual de sus habitantes y su muy baja racionalidad colectiva. Es decir, el colombiano individualmente es muy eficiente, pero tiene grandes dificultades para actuar colectivamente. 

Por eso, ante tanta fatalidad, hacemos negación de la realidad que circunda a muchos colombianos que viven en este momento en la adversidad, en tanto que, como decía Antón Chéjov en su cuento Las Grosellas: “No vemos ni oímos a los que sufren y lo terrible de la vida pasa en algún lugar”. Solo la fría estadística nos dice cuántos niños murieron por inanición, cuántas personas están desempleadas, cuántos feminicidios, cuántas víctimas del conflicto armado. Y muchas otras formas de sufrimiento que ocurren ante la indiferencia de los que no sufren, pero que no están exentos de que en algún momento de su vida pueda llegarle la desgracia, vestida de enfermedad, de pérdida, de pobreza.  

Es probable que algunas de las causas de esta baja racionalidad colectiva se halle asociada a otro elemento que señala este estudio, como es la dificultad histórica del Gobierno colombiano para generar bienes públicos, lo que hace que las personas aprendan, desde temprana edad, que deben valerse por sí mismas ante la ausencia de un sistema de soportes que, normalmente, debe proveer el Estado.

Por esto, mientras logremos construir un buen país que garantice la paz, deberíamos reflexionar –como insinúa el Almendrón– sobre la importancia del bien común, que puede lograrse cuando la sociedad establece como uno de sus valores prioritarios la solidaridad.