La corrupción es el veneno que infecta a los países latinoamericanos. En Colombia es un vicio imposible de sanar. Cada semana explota un escándalo que involucra al Gobierno o a funcionarios de mandatos anteriores. Es inverosímil que los supuestos líderes que dirigen el país sean ciegos e ingenuos. Odebrecht es una prueba más de la llaga que invade al Estado.

Odebrecht es una Organización global de origen brasilero, está presente en 26 países alrededor del mundo. Actúa en los sectores de ingeniería y construcción y en el desarrollo y la operación de proyectos de infraestructura y energía. El Departamento de Justicia de Estados Unidos reveló el cartel de corrupción que manejaba la empresa, más de 788 millones de dólares en sobornos a funcionarios gubernamentales en 12 países de América Latina. “Odebrecht utilizó una unidad de negocios oculta pero en pleno funcionamiento, un ‘Departamento de Soborno’ que pagó sistemáticamente a funcionarios corruptos de gobiernos de diferentes países. El esquema de corrupción resultó en el pago, por parte de Odebrecht, de cerca de mil millones de dólares en sobornos a funcionarios de todos los niveles del gobierno en varios países alrededor del mundo. En un intento por ocultar sus crímenes, los acusados usaron el sistema financiero global -incluyendo el sistema bancario en los Estados Unidos- para disfrazar la fuente y el desembolso de los pagos del soborno mediante el paso de fondos a través de una serie de compañías ficticias”. Afirma el reporte que publicó el Departamento de Justicia de Estados Unidos.

Entre 2009 y 2014 aparecen los sobornos de Odebrecht en Colombia. En el reporte se informa que 11 millones de dólares están enredados en el país. De esos 11 millones de dólares, 6,5 millones de dólares fueron entregados a un funcionario con el fin de ganar un contrato. El jueves 12 de enero de este año se conoció el nombre del “buen muchacho” que, al parecer, aceptó el soborno. El ex viceministro de transporte Gabriel García Morales, habría recibido el pago a cambio de garantizar que Odebrecht sería la única constructora habilitada para la licitación del tramo dos de la Ruta del Sol.

De nuevo, otro funcionario del Gobierno del expresidente Álvaro Uribe Vélez que se ve involucrado en un escándalo nacional. Es alarmante que tantos funcionarios de un mismo gobierno sean investigados y procesados, mientras que otros siguen sin responderle a la justicia. ¿Es posible que un presidente sea tan inocente para no darse cuenta de la corrupción que invadía a su Gobierno? ¿Es viable que todos sean víctimas de una supuesta persecución política? Son preguntas que necesitan respuestas concretas, sin pasiones que oscurezcan la verdad.

El zafarrancho de contratos en las obras públicas es el banquete favorito de los corruptos. Se ha demostrado que es la manera más fácil para enriquecerse ilícitamente y hacerle jaque mate a la justicia. La sociedad lo tolera, es permisiva ante un Gobierno clientelista. Es ilógico que aparezcan casos de contrataciones ilegales cada año y sigamos votando por los mismos partidos políticos que protagonizan dichos episodios. El hecho de elegirlos nos hace cómplices, nos merecemos nuestra suerte por condescendientes.

Odebrecht nos recuerda que el mayor problema de Colombia no es la guerra, es la corrupción. Hasta que no le demos punto final a la clase política que nos ha dominado en toda nuestra historia, el país seguirá perdido en una realidad mezquina, injusta y desigual.

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