Si alguna función debe cumplir la historia en estos tiempos de infinita obsolescencia es recordarle a la gente que los problemas del mundo se inventaron hace rato. En los últimos días hemos sido desbordados por una avalancha informativa en la que los escándalos por corrupción son el principal protagonista. Duele decirlo, pero es necesario recordarle a los colombianos que en este país la corrupción no la inventó Odebrecht.

Aquí se ha matado desde siempre, y la corrupción ha estado desde siempre. Desde que los virreyes fungían como contrabandistas y algunos comerciantes y funcionarios públicos se enriquecían con los contratos para suministrar armamentos durante las guerras intestinas del siglo XIX, hasta el momento en que altos mandos militares decidieron disfrazar de guerrilleros y asesinar a unos pobres inocentes para ganarse un aumento de sueldo y unas vacaciones

remuneradas.

Todo ha ocurrido a la vez. Lo que sucede es que vivimos en un mundo en el que los medios de comunicación no pueden bailar si mascan chicles. Solo hay tinta, micrófonos, pantallas de televisión y redes virtuales para ocuparse del tema de moda, y mostrarlo como si se acabara de descubrir la última atracción de feria. Con Odebrecht –que entre otras cosas se destapó gracias a la información de los Estados Unidos que le interesa frenar cualquier vuelta de Lula al poder en Brasil–, se nos olvidaron los carteles de la contratación, Reficar, Agro Ingreso Seguro, la Empresa de Energía de Pereira, Interbolsa, Caprecom y la Hidroeléctrica del Guavio.

La gente consume el escándalo que los medios ponen en escena, como si asistieran al estreno de la última telenovela. Pero contrario al final predecible de los culebrones latinoamericanos, aquí los malos no necesariamente pierden. En este país hay una especie de pacto tácito que define hasta donde debe llegar la culpa por los escándalos de corrupción, y hasta los enemigos políticos parecen respetar entres sí ese acuerdo. Hay una línea clara de adjudicación de responsabilidades, que solo llega hasta mandos medios, y todos los escándalos de corrupción, de acuerdo con la tradición de condenas, parecen suceder a espaldas de la figura principal del grupo implicado.

Nada habremos hecho en este país si no entendemos la corrupción como un problema estructural dentro de su sistema político y administrativo. Como la música, la corrupción hace rato está inventada. Solo sufre variaciones. Pero lastimosamente, dentro de poco pasará Odebrecht y los medios posicionarán otro escándalo como una cosa inédita y lo consumiremos ávidos y nos daremos, indignados, golpes de pecho, y se nos olvidará que en el anterior caso no hubo condenas significativas y creeremos otra vez en la condición inédita de la corrupción y seguiremos asombrándonos y señalando las cosas con el dedo como en el mundo recién inventado de Macondo.

javierortizcass@yaoo.com