Con el tema de las relaciones fronterizas críticas entre nuestro país y Venezuela hay que hablar –y escribir– con total sinceridad y franqueza. No caben los titubeos, las escaramuzas, las timideces, pero sí cabe una diplomacia de alto rango como lo que acertadamente ha planteado el presidente Santos. Aquí hay que reconocer que en ambos países hay de todo: de lo bueno, lo malo y lo regular. También de lo feo y lo justo. Del lado venezolano hay que reconocer que están en todo su derecho de deportar a indocumentados y delincuentes colombianos. Ningún país está obligado por leyes internas o tratados internacionales a cobijar ilegales e indocumentados, salvo que exista una norma de acogida y protección con sustentos socio-políticos fuertes, como ha existido por años en la Florida con los ilegales cubanos que llegaron en balsas buscando asilo político.
De allá también, de ese lado, hay que resaltar que encontraron en las fronteras guaridas de colombianos indocumentados, prófugos de la Justicia nuestra hasta con emblemas y gorros de paramilitares. Además armas. Pero, ¿no es esto recoger frutos de las mismas estupideces de Chávez y Maduro? Ya se le olvidó al mundo que no solo acogieron con beneplácito a guerrilleros de la Farc sino que hasta le levantaron una estatua a Tirofijo llena de elogios por Chávez cuando Maduro era vicepresidente? ¿Acaso hay diferencias entre paracos y Farc? ¿No son ambos criminales?
Desde hace décadas, el contrabando ha existido en dichas fronteras, pero los principales auspiciadores son la guardia venezolana, que hoy es más corrupta y está bastante involucrada. ¿Qué hace el gobierno de Maduro cuando le dicen que hasta sus policías tanquean gasolina de contrabando con viáticos recibidos para gasolina corriente? ¿Y qué hacemos con las miles de solicitudes de votos a colombianos para obtener el favor de ellos en elecciones? ¿Y los taxis que a los mismos regalaban las autoridades para que entraran a las filas de chavistas?
Maduro es un hombre de extracción popular, que no es delito, pero es bruto y torpe. Además, muy mal acompañado, pero con militares que, según muchos de ellos mismos, se están enriqueciendo. Por eso, sin tener en cuenta el entronque de colombianos y venezolanos, con hijos y hogares desde hace años, procedió en la forma más abominable a expulsar a todo colombiano que fue encontrando, derrumbando sus casitas, que eran de invasión la mayoría, pero con una sevicia violatoria de los Derechos Humanos y específicamente repudiable. Muchos inocentes y gente trabajadora pagó los platos rotos.
De este lado, Colombia entera se ha levantado contra ese método estúpido y degradante. ¿Cuántos venezolanos tenemos entre nosotros huyendo del sátrapa? Pero los tenemos protegidos y bien tratados. Aquí, lo que debemos cuidarnos es de la avivatada. Ya estamos enterados de que cientos de vagos y desocupados, de todos los rincones del país, hasta maleantes, han viajado hasta la frontera y se están haciendo pasar como deportados con mil inventos para acogerse al arriendo de $ 250.000 mensual, comida, albergue y otras cosas. Y tampoco lloremos tanto como si fuésemos los mártires mayores de la historia, porque bastante basura nuestra les hemos enviado a la basura que hay detrás de la nostálgica frontera. Allá puede ser el infierno, no lo dudamos, pero nosotros no exportamos precisamente arcángeles. Mucha gente buena se fue, pero bastantes maleantes también. Paremos en seco a Maduro con la mano extendida, pero advirtiéndole que no siga insultando al expresidente Uribe, que merece respeto, ni atropelle, que puede pagarlo caro.