Lamento ser aguafiestas, pero le estamos colgando tantas expectativas al acuerdo con las Farc que casi estamos garantizando que será una desilusión. Esta semana escuché tantas veces frases como “un nuevo país para mis hijos”, “renace la esperanza” y “se logró lo imposible”, que creo que muchas personas esperan que el acuerdo de paz haga milagros, como si “paz” fuera una palabra mágica. Pero, primero, el acuerdo no significa que llegará “la paz” de la noche a la mañana. Y, segundo, el acuerdo no soluciona los problemas centrales del país. Quizá los agrave.

Lo primero no requiere mucha explicación. De hecho, los mismos negociadores lo han dicho: la paz la tenemos que construir, a partir de ahora, entre todos los colombianos, no nace mágicamente como resultado de una firma. Por eso me concentraré en lo segundo.

¿Dice usted, como muchos compatriotas, que “el verdadero problema de Colombia es la corrupción”? Pues bien, el proceso no hizo sino alimentar ese cáncer, al valerse de prácticas mañosas para comprar el apoyo de amplios sectores del país. Tanta desconfianza producía la negociación con las Farc, que, para conseguir aliados, el gobierno tuvo que repartir mermelada en barriles entre la clase política, y además activar un descomunal gasto publicitario (según un artículo de Semana, 3.150 millones de pesos… diarios) que, previsiblemente, sesgó a los principales medios de comunicación. Y el posconflicto consiste de una frondosa burocracia que no tardará en ser capturada por el clientelismo y la poliporquería.

¿Cree usted que otro de los grandes males del país es la ilegalidad? El acuerdo la vuelve oficial para los combatientes de las Farc. Toda la retórica sobre justicia restaurativa y sanciones alternativas no es sino un manto de palabras para disfrazar impunidad monda y lironda. Colombia se la ha pasado negociando con sus grandes delincuentes: el M-19, Escobar, los paras. Este es un capítulo más en esa sangrienta historia. No esperemos, pues, que del acuerdo pueda nacer una cultura de legalidad.

¿Considera usted que en Colombia el narcotráfico es el combustible de la violencia? Ese es uno de los puntos más débiles del acuerdo. Quien crea sinceramente que las cándidas promesas de erradicación manual y sustitución de cultivos le pueden hacer mella a un negocio tan diabólicamente rentable como el de la droga peca de ingenuidad supina.

¿Piensa usted —como yo— que el régimen tributario colombiano es anticompetitivo, ahuyenta la inversión, financia la corrupción y empobrece al país? El acuerdo abunda en nuevas entidades, comisiones, programas, mesas, instrumentos, lineamientos, mecanismos, presupuestos, planes y medidas que encarecerán aún más el costo del Estado, por encima de su actual insostenibilidad. Nos espera una década más, por lo menos, de crecimiento anémico y desempleo estructural.

El acuerdo hace una cosa muy bien, acabar con las Farc como grupo armado, y De la Calle, Jaramillo y Santos merecen que la historia les reconozca ese logro. Pero que de él vaya a surgir la patria soleada y reverdecida que muchos anuncian, eso lo dudo. Pues lo que se pactó con la guerrilla no solo no pretende combatir las plagas que asolan nuestro territorio, sino que, en cierto modo, las perfecciona.

@tways / ca@thierryw.net