Falta más de una hora para que se inicie oficialmente el concierto de tributo a la cultura afro, negra, raizal y palenquera, pero la fiesta ya está en pleno furor en las tribunas del Palacio de los Deportes de Bogotá.
Mientras comienza el evento organizado por el Ministerio de Cultura, suena por los parlantes una champeta africana con arreglos electrónicos; un idioma que une a los negros del Pacífico y el Caribe. Sus cuerpos traducen los tamborazos inflados y guitarrazos afilados en una marejada de sonrisas brillantes, trencitos rumberos y coreografías que parecen de aerobics.
A su entrada, la ministra Mariana Garcés es rodeada por una docena de mujeres con turbantes y mantones multicolores; imagínelas como una docena de Piedades Córdoba, aunque en realidad, Piedad las emula a ellas. Vinieron de San Andrés, de Chocó, de Palenque, de Buenaventura, a participar del homenaje a su cultura en el Día de la Independencia Nacional.
“Peleamos con Bolívar en la gesta libertaria, pero eso no lo cuenta la historia americana”, suena una estrofa salsera-currulera de la orquesta Saboreo de Quibdó.
Acaban de subir al escenario. Son los primeros en presentarse en vivo, encargados de oficializar la iniciación de un evento que ya arrastra varias horas de baile.
Las gradas ya están llenas de unos 2.600 asistentes, que no han dejado de zarandear hombros y caderas.
Un sonido grave y percutante, como gotas de lluvia, da la bienvenida a José Antonio Torres, ‘Gualajo, el pianista de la selva’. Su marimba baila entre tambores acompasados. Silencio de súbito. El presidente Juan Manuel Santos está en la casa. Toma el micrófono como otro cantante y recorre la pasarela para acercarse a la multitud. Vino a darle “un saludo con el alma y el corazón a toda la población afro”; señala que Colombia el tercer país con mayor población afro del continente, y luego se despide en un gesto que todos le agradecen con aplausos: “no quiero interrumpir más una música tan maravillosa”.
En dos pantallas gigantes se les recuerda a todos que el jazz surgió de descendientes de africanos; luego aparecen figuras como Muhammad Alí, Luther King, Mandela y hasta Obama.
El baile en las tribunas es reemplazado por una gran ovación, para recibir a Leonor González Mina, La Negra Grande de Colombia. Es la primera de las cuatro cantadoras que serán homenajeadas hoy. Enfundada en una larga túnica y teñida de blanco en las canas, la negra llena cada rincón del coliseo con un vozarrón que opaca los instrumentos musicales que la acompañan.
Una armonía de acordes brillantes, un punteo de ukelele, introduce un ritmo de olas cristalinas y chispazos sobre arena amarilla bajo palmeras. Como se ve en las camisas de los que lo interpretan, el Coral Group de la isla de Providencia. Con instrumentos como violines y una quijada de burro alternando con cajas y maracas, suenan como The Beach Boys reviviendo aires del folclor colombiano.
Es la primera vez que invitan a estos isleños a un evento de esta naturaleza. Wilberson Archbold, su director, dirá al final que “se necesitan más intercambios culturales, para mejorar”.
Luego una estampida de tambores retumba en el coliseo, y lo corta una voz agudísima. Petrona Martínez, La Reina del Bullerengue, baila dando pasos cortos y alzando una pollera adornada con la bandera de Colombia. La segunda homenajeada agradece que le hayan rendido el homenaje en vida, para poder recibirlo, porque “después de muerto uno ni ve ni siente nada”.
“Me siento como una niña chiquita”, diría luego de su presentación, en una rueda de prensa. Allí pediría “más apoyo, más atención para los jóvenes que quieren seguir nuestra tradición”. En el escenario es el momento para el hip-hop de La Etnia, cuyo cantante agita al aire una bandera amarrada al brazo, cual toalla envuelta al puño de un boxeador.
Luego de la presentación de Son Palenque y sus latigazos de brazadas al frente, sube una anciana delgada y arrugada con un pañuelo amarrado a la frente, a pasos tambaleantes y apoyados en un bastón. Libera un grito ronco y profundo, mientras van ascendiendo unos tambores lúgubres y el bajo da puñetazos al pecho. Es Chimancongo, un lumbalú tradicional cantado por la tercera homenajeada, la palenquera Graciela Salgado. “Los hombres se están muriendo por la cosita e’ la señora”, canta con una voz mucho más fuerte que su humanidad, y debe sentarse para la segunda canción.
Entre silbidos de flauta llega Totó La Momposina, Sonia Bazanta Vides. “Suena ese instrumento de cachaquilandia”, le grita al que toca el tiple. Su melena crespa emerge como fuego negro sobre su turbante, mientras se balancea de un lado a otro.
El público le pide a gritos una cuarta canción a la cuarta homenajeada. El evento es transmitido por televisión en directo a todo el país, y por programación no es posible. En su lugar, obtienen la orquesta bogotana La 33.
Vienen a representar un legado de la cultura afro, la salsa. Un moreno de rasta, otro de boina, un flaco alto de pasamontañas y gafas, y un barbón melenudo con la camisa como un reguero de chicles bailan tirando patadas acompasadas. “Quiero contarle mi hermano, un pedacito de la historia negra, de la historia nuestra”, las palabras de Joe Arroyo suenan en boca de Juan Carlos Coronel. Al ritmo de La 33, el cartagenero interpreta la composición de su coterráneo, La Rebelión. “¡Oye men no le pegue a la negra!”, grita, fundido con las gargantas de la multitud. Qué mejor canción para el momento.
“¡Que viva la raza negra, carajo!”, grita Coronel, y besa una bandera. Deja el escenario, y suben todos los demás músicos. Esos que por tres horas llevaron los oídos de miles a recorrer esa otra nación que es libre dentro de Colombia, cuyo idioma es la música negra. Totó, Petrona, Leonor, se abrazan y se alternan para darle vuelo a un mismo verso: “negrita veeeen, prende la vela”. Se expande una nube de brillos metálicos y globos amarillos, azules y rojos. La vela estaba ya prendida desde hace mucho. Y no se apaga. Todos la bailan, la libertad.
Por Iván Bernal Marín
Bogotá
