A Enrique Peñalosa los progresistas de Gustavo Petro lo señalan de ser uribista y los uribistas de Álvaro Uribe dicen que es progresista, mientras que unos y otros –petristas y uribistas– sostienen a la vez que es santista. En otras circunstancias políticas podría pensarse que el exalcalde de Bogotá se encuentra en el peor de los mundos, pues ni el petrismo lo quiere ni el uribismo lo acepta. Petro es hoy un fenómeno político debido a la polémica decisión del procurador general Alejandro Ordóñez de destituirlo e inhabilitarlo por 15 años para ejercer cargos públicos, la cual terminó generando una gran solidaridad con el exsenador, mientras que Uribe se convirtió el pasado 9 de marzo en un hecho político al lograr –sin mermelada– la segunda mayor votación del país.
Ocurre, sin embargo, que hoy por hoy lo mejor que le puede pasar al candidato Enrique Peñalosa es que ni Petro ni Uribe lo quieran. Pero sobre todo no dejarse querer de ellos, pues cualquiera de los dos es más lo que le resta que lo que le suma. En la medida en que se desmarque de uno y otro y –por supuesto- tampoco se arrime a Santos, la candidatura de Peñalosa será viable electoralmente.
En el caso de Uribe, por ejemplo, el fracaso de Peñalosa al tratar de volver a la Alcaldía Mayor de Bogotá demostró que 'cargarle el megáfono al expresidente' no fue una buena decisión y que la misma afectó de forma severa su aspiración.
No obstante, hay que decir a favor de Peñalosa y también de Uribe que los verdaderos ‘culpables’ del triunfo de Gustavo Petro fueron los candidatos Carlos Fernando Galán, David Luna y Gina Parodi, aspirantes al Palacio Liévano, quienes prefirieron mantener sus nombres hasta el final en lugar de sumarse al de Peñalosa, que era el único candidato que podía derrotar a Petro. Hoy Peñalosa carga con la cruz del fracaso, mientras que los otros tres disfrutan, uno de las mieles del éxito electoral del pasado 9 de marzo y los otros dos de la burocracia oficial.
De cualquier manera, lo cierto es que el matrimonio Uribe-Peñalosa no funcionó, hasta el punto de que actualmente el exalcalde de Bogotá es mucho menos uribista de lo que algunos petristas creen, entre ellos la nueva senadora de la Alianza Verde, Claudia López, amiga de Peñalosa y enemiga política de Uribe.
En lo que tiene que ver con Gustavo Petro el asunto es tan complejo como lo que sucede con Uribe. Para empezar, ni Peñalosa es petrista ni Petro es peñalosista. Pero, Peñalosa es el candidato del petrismo a la Presidencia de la República, por cuenta de que derrotó en la consulta interna de ese partido a los aspirantes John Sudarsky y Camilo Romero. Ese triunfo es irrefutable, así no les guste a algunos petristas radicales, como Ángela Robledo, que prefiere atravesarse como mula muerta a una candidatura que logró dos millones de votos el 9 de marzo, independientemente de si hubo o no consultas de otros partidos.
Curiosamente –contrario a lo que piensa la gran mayoría de las personas– Peñalosa, como gobernante, es más de centro-izquierda, que de centro-derecha. Si Santos se define como un 'traidor de su clase', sin que haya un solo hecho que lo demuestre, Peñalosa podría perfectamente enarbolar esa bandera. No en vano sus mayores opositores en Bogotá están en los estratos cinco y seis, que lo padecieron durante su administración.
De manera que el secreto de la candidatura de Peñalosa está en que logre desmarcarse efectivamente de Uribe, Petro y Santos, no de uno o dos de ellos, sino de todos. Solo así podría persuadir a un sector de la población que no comulga ni con las posturas, ni mucho menos con la polarización que ellos generan.
Esa sí sería una verdadera tercería, atractiva opción que cada cuatro años ronda en tiempos de elección presidencial –ya sea en cabeza de Noemí Sanín, en tiempos de Pastrana contra Serpa, o de Antanas Mockus, como candidato de la ‘ola verde’– pero que nunca logra cuajar. ¿Le sonará la flauta a Peñalosa? ¿Quiénes gana y quiénes pierden con su candidatura? ¿Qué tan viable es la tercería? ¿Cómo jugará Santos?
Santos vs Peñalosa, la misteriosa segunda vuelta
La más reciente encuesta sobre intención de voto en primera vuelta presidencial realizada por Ipsos Napoleón Franco para RCN Radio, RCN Televisión, La FM y revista ‘Semana’ muestra a Santos ganador con un 24 por ciento, mientras que Óscar Iván Zuluaga, Clara López y Enrique Peñalosa tienen un empate técnico con el 9, 9 y 8 por ciento, respectivamente. Marta Lucía Ramírez tiene el 4 por ciento; la franja de no sabe, el 27 por ciento; el voto en blanco, el 19 por ciento; y un 3 por ciento no votaría. En una eventual segunda vuelta, Santos le ganaría a todos, entre ellos al propio Peñalosa, con un 33 por ciento a favor del primero contra un 19 por ciento por el segundo. El problema para Peñalosa –en términos meramente electorales, se entiende- es que carece de maquinaria y mermelada, que son las grandes fortalezas de Santos. La pregunta es ¿qué pasaría con Peñalosa y las otras candidaturas en una segunda vuelta Santos vs Peñalosa? Se armaría el tan anunciado ‘toconsan’ (todos contra Santos, incluyendo a los godos, que siguen sin decidirse). ¿Y qué hará Uribe, que se muestra cada día menos peñalosista, entre otras cosas por el respaldo del exalcalde a los diálogos de La Habana?

Juan Manuel Santos y Germán Vargas Lleras, su fórmula vicepresidencial.
¿A qué juega Santos?
El campanazo del pasado 9 de marzo por cuenta del golpe de opinión de Uribe en Bogotá, donde se convirtió en uno de sus mayores electores, disparó las alarmas de Santos, quien tomó medidas de inmediato y puso en el Palacio Liévano a uno de sus hombres de confianza para suceder a Gustavo Petro, destituido e inhabilitado por la Procuraduría General: el ministro Rafael Pardo Rueda. De manera que el pulso fuerte por Bogotá será entre Peñalosa, que todos lo añoran pero a la hora de votar por él más de uno lo piensa dos veces; Uribe-Óscar Iván Zuluaga, que entraron pisando fuerte el 9 de marzo; y Santos-Vargas Lleras-liberalismo, que quieren recuperar a la capital como su fortín electoral. La gran apuesta electoral de Peñalosa en Bogotá está cifrada en el voto de opinión, que en la ciudad es determinante, pues se trata de un sufragio más racional y muchos menos amarrado a compromisos clientelistas, como ocurre en buena parte del resto del país. La Unidad Nacional estará, sin duda, con Santos, sin que importe mucho el comportamiento conservador que, históricamente, no ha sido protagónico en la capital.
Un candidato bogotano y citadino
Las grandes ciudades del mundo pagan una buena cantidad de dólares para escuchar a Enrique Peñalosa hablar de su 'revolución urbana' y analizar sus conceptos acerca de una 'ciudad igualitaria a través del uso del transporte público'. Peñalosa es una autoridad en esa materia y su nombre tiene un gran poder de convocatoria internacional. Pero Colombia más que un país de ciudades, es un país de regiones y el primero que debe entenderlo es Peñalosa, cuyo nombre aparece estrechamente ligado a la capital. Deberá, pues, comenzar a ‘desbogotanizarse’ y empezar a ‘regionalizarse’. La elección de la exviceministra Isabel Segovia como su fórmula vicepresidencial apunta a esa dirección. Segovia es lo que se podría llamar coloquialmente como una ‘bogoteña’, cuya condición de haber nacido en Bogotá no la alejó de sus raíces costeñas, pues su familia es oriunda de la Región Caribe. El reto para Peñalosa es convertir su discurso con un fuerte componente en la suerte de las ciudades, en uno más regional –o si se quiere rural- donde la desigualdad es, incluso, más grandes que en las capitales.
Tercería, ¿ahora sí?
La primera vez que una tercería tuvo opciones reales de triunfo en Colombia fue en la campaña presidencial de 1998, que enfrentó en segunda vuelta a Andrés Pastrana contra Horacio Serpa. En esa oportunidad la tercería de Noemí Sanín estuvo a punto de dar la gran sorpresa, con una campaña publicitaria en la que se destacaba la polarización del país por cuenta del candidato heredero del 8.000 contra el delfín conservador. 'A nosotros nos faltó una semana más de campaña', me reconoció en alguna oportunidad Miguel Silva, entonces estratega de la excanciller. En esta oportunidad, Peñalosa podría jugar ese papel, pues la suya es claramente la candidatura llamada a despolarizar los extremos que hoy representan Santos y Uribe, en cabeza del candidato Óscar Iván Zuluaga. La candidatura de Marta Lucía Ramírez necesita con urgencia alinear a todo su partido, pues corre el riesgo de ser una Noemí II, es decir una candidata presidencial de un partido sin el respaldo de dicho partido. Noemí puede contarle mejor que nadie esa amarga experiencia. A diferencia de lo que ocurrió hace cuatro años con la ‘Ola verde’ de la que hizo parte Peñalosa, en esta oportunidad tres de sus caciques juegan en distintos equipos: Fajardo no quiere saber nada de los verdes, Lucho Garzón es santista y Mockus un día quiere ser congresista y al día siguiente presidente.