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En la biografía de los presidentes colombianos siempre ha habido un referente que alcanza a distinguirlos. El de Juan Manuel Santos podría ser –a menos que logre la hazaña de la paz con la guerrilla– la pérdida de 70 mil kilómetros cuadrados de mar territorial con Nicaragua, algo similar a la mutilación de Panamá en los tiempos de José Manuel Marroquín Ricaurte, célebre por esta antológica frase: “¿Y qué más quieren? Me entregan una república y yo les entregó dos”.

Pero aquí no se trata tanto de buscar chivos expiatorios individuales sino de reflexionar un poco acerca de la conducta que ha singularizado a este país despreciativo del mar, de sus litorales, merced a la prevalencia de un imaginario de ejercicio del poder anclado en la frialdad de los Andes. Por eso, resuenan tardías las palabras presidenciales prometiéndoles a los isleños, despojados de su riqueza pesquera, el maná que nunca les ha caído desde las alturas indolentes del centralismo.

Este es un país mandado desde Bogotá, que ejerce como una monarquía disfrazada de democracia, donde el poder se hereda y se ejerce en detrimento de las provincias.

Por eso, el archipiélago de San Andrés y Providencia para los andinos no ha dejado de ser otra cosa que un lugar remoto de nuestro Mar Caribe, adonde concurren las élites paramunas en plan vacacional para dorar sus traslúcidas pieles y de paso adquirir mercancías finas a precios bajos merced a las flexibilidades tributarias de la zona. Por eso, el Caribe en general no ha sido prioridad en las agendas interioranas. Como tampoco el Pacífico, a juzgar por los deprimentes cuadros de pobreza de Tumaco, Buenaventura y todo el Chocó.

Los andinos han tenido por característica su falta de visión hacia el desarrollo costero, y a nuestras ciudades solo vienen de visita para sus ratos de esparcimiento en los reinados de belleza y en los carnavales. O para pescar votos en los carnavales electorales.

Es verdad que en estos momentos se impone la unidad nacional, ¿pero se han preocupado realmente por defenderla las roscas andinas que controlan el poder en este país? Es claro que si Colombia hubiese ejercido una soberanía auténticamente vigorosa en nuestro Mar Caribe eso quizá habría actuado como un factor disuasivo frente a las pretensiones de Nicaragua. La más contundente prueba de que Colombia en esa zona no ejercía controles estrictos es la facilidad con que se han venido moviendo las redes del narcotráfico.

Sobre los hechos cumplidos ya no hay lágrimas que valgan. El fallo de La Haya es inapelable aunque el presidente Santos haya anunciado recursos para supuestamente restablecer los derechos marítimos de Colombia. Si no denunciamos en su momento, como lo recomendaron algunos tratadistas en derecho internacional público, el Pacto de Bogotá de 1948, que nos obligaba a aceptar la competencia de la Corte Internacional de Justicia, y si no diseñamos una mejor estrategia para enfrentar el anuncio de esta de definir una nueva línea limítrofe, a estas alturas no nos queda otra alternativa sino aceptar el veredicto emitido. Perdió Colombia una porción considerable del Mar Caribe. Otra mutilación para la historia.