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En un país en que unos 61.500 menores reciben la protección de madre que les brinda el ICBF, y en el que 3.280 niños han sido abandonados en los últimos 4 años siendo declarados huérfanos oficiales, entre los miles de infantes desamparados por la violencia, definitivamente el rol de la madre está en crisis.

Esto implica que en Colombia, a punta de coraje y corazón, la valentía tenga el ineludible sello de mujer y de madre. Desde niñas muchas de ellas están preparadas para afrontar dificultades y adversidades, como cuando, ante la eventual ausencia de algunos de los padres, les toca tomar las riendas del hogar desamparado y ayudar a crecer a sus huérfanos hermanos. Es en esa época en donde aprenden a ser madres, amigas, hermanas, pero ante todo mujer.

Pero lo que más asombra es que ese ser delicado, lleno de esperanzas infinitas, es capaz de soportar desde las más intensas molestias propias de su íntima femineidad, hasta vivenciar la más paciente de las esperas durante las nueve lunas que desembocan en los dolores del parto. Luego de la ilusión de sus primeros amores, después de ofrendar su lozanía al dios Eros, algunas de esas entaconadas féminas son capaces de soportar la traición, el abandono, la infidelidad, el maltrato y el progresivo desamor de su hombre.

Con coraje y sacrificio, muchas veces con el cuerpo golpeado, aún con cicatrices de heridas físicas y mentales, pero con la valentía intacta, les toca retomar algunas veces el camino en soledad, enfrentándose a las obligaciones de ser padre y madre con fin de sacar adelante a sus críos, mostrándose ante la sociedad como un gran ejemplo de audacia, valor y coraje.

Entonces es, en esos específicos casos, cuando surge de su interior la fuerza, la entereza y las agallas de madre, para continuar con la responsabilidad de dirigir a su incompleta familia, y guiar a unos hijos influenciados en su mayoría por un entorno social sano y confortable, pero en ocasiones plagado por la violencia y la inseguridad que aturde y confunde a sus retoños.

Desde allí, hasta sus últimos latidos, muchas de ellas acompañan en los éxitos y fracasos a los frutos de sus entrañas. En diversas ocasiones les corresponde presenciar con sufrimiento las peores vicisitudes de sus hijos: el distanciamiento o la forzada separación, la indiferencia o el olvido, las consecuencias de sus equivocadas decisiones que les llevó a trasegar por un torcido camino lleno de vicios y delitos y de allí al enclaustramiento detrás de rejas, o en las más dolorosas circunstancias de socorrerlos ante la enfermedad o la muerte.

En lo laboral, en las pasadas décadas les tocó luchar ante un ambiente machista plagado de discriminaciones, al cual han ido convenciendo poco a poco, a través de fehacientes demostraciones, de las bondades de su talento, acometiendo titánicas empresas y escalando altas posiciones jerárquicas que antes estaban reservadas solo para el género masculino.

Madres valientes, luchadoras, guerreras de la vida, capaces de formar, perdonar, amar sin límites y que en este siglo XXI , con el radar de su intuición, descuellan en el entorno en que se encuentran pues en cada situación de turbulencia exhiben esa calma que ayuda a mantener una luz de esperanza a un hogar, una empresa o una sociedad.