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Sigue cayendo la imagen del presidente Juan Manuel Santos. En un año, ha pasado del 71 al 47 por ciento. Es una desaprobación severa por efecto del descontento de unas mayorías, representadas en un 68 por ciento, que consideran que el país va por mal camino merced a unos deficientes resultados en empleo, seguridad, costo de la vida, violencia, lucha contra la corrupción y salud.

Pero en el desgaste acelerado de la figura presidencial, un ingrediente de peso ha sido, como sabe todo el país, el persistente bombardeo político del expresidente Álvaro Uribe Vélez, cuya imagen favorable también ha venido cayendo, quizá por su misma dinámica contestataria y por los variados escándalos que involucran a exmiembros de su equipo de gobierno.

La encuesta la realizó Ipsos Napoleón Franco por encargo de una alianza de medios de comunicación, conformada por Semana, RCN y la FM. Esta encuesta lo que dice es que hay desilusión en el gobierno de Santos. De la fe que el país nacional expresó en el Presidente, tras su discurso de posesión y los primeros meses de mandato, su ánimo ha mudado hacia una rápida y preocupante frustración, ante la cual el Gobierno empezó a responder con medidas, al parecer poco aplacadoras aún, como el paquete de las 100 mil viviendas gratis.

Pero la inconformidad no cesa. El Presidente, además de las medidas de choque, está recorriendo el país tratando de persuadir a los colombianos con los artificios de su particular oratoria. No la tiene fácil. Pero el Gobierno Nacional aún confía en que el caudal de inversiones públicas por venir revierta la tendencia negativa de los sondeos. La señal nítida que están enviando las encuestas es que si Santos espera la aprobación nacional y un segundo período, tiene que atender los deseos de los colombianos, de cuyo poder sufragante depende una eventual reelección o la escogencia de un nuevo gobernante.

La intervención de la opinión pública en la evaluación de los gobiernos es un magnífico producto de las sociedades democráticas. Y esta intervención ocurre muy eficazmente a través de diversas formas, una de las cuales son las encuestas. Los gobiernos hoy no tienen otra alternativa que interesarse en las opiniones de la ciudadanía para tener una idea exacta del tamaño de sus expectativas y reclamos.

En particular, los mandatarios siempre han tenido y tendrán curiosidad por saber qué piensan de ellos los gobernados. Aún los gobiernos de perfil tiránico muestran especial interés en el sondeo público. De modo que la opinión en el mundo de hoy se ha convertido en un gigante irresistible al que los gobiernos y líderes tienen que seducir y rendirle cuentas.

El principal reto de los gobiernos democráticos es conquistar el consentimiento de los ciudadanos. Y sin el escrutinio constante de la gente, estos gobiernos podrían ejercer la mentira con total libertad.

Santos está retado a bajarle al pueblo colombiano los niveles de desilusión en su gobierno. Su estilo de gobernar tiene que enviar señales inequívocas de coherencia y transparencia porque no cabe duda de que el episodio de la Reforma de la Justicia dejó en el paladar nacional un sabor de ambigüedad e hipocresía, y erosionó gravemente la imagen del Gobierno Nacional, de la Rama Judicial y del Congreso.

La opinión pública reaccionó indignada cuando percibió que la estaban engañando, y eso ha influido sobremanera en esta encuesta de Napoleón Franco. Lección de esto es que ningún gobierno democrático debe burlarse de la opinión pública, ni convertirse en símbolo de la mentira.