Compartir:

El antiguo inmueble del centro comercial San Andresito, epicentro de actividad comercial hasta hace unas semanas, semeja hoy un cadáver en descomposición mientras es lenta pero despiadadamente despedazado por un par de retroexcavadoras poderosas como godzilas, que arrancan bocados de la vieja estructura.

La semejanza estaría incompleta sin esa fauna parásita que suele pulular en torno a los cuerpos orgánicos cuando la putrefacción comienza a hacer de las suyas. Y en el caso de San Andresito, dicha fauna está representada por quienes aguardan pacientemente en el entorno a que caigan en sus manos objetos o materiales intercambiables por algunos pesos que justifiquen la espera.

Ventiladores, rejas de hierro, kilómetros de cable de cobre, acondicionadores de aire, antenas parabólicas satelitales, el entramado de varillas de acero que daba firmeza a las vigas, a los plafones y a las columnas, estanterías de aluminio, persianas metálicas enrollables (o lo que queda de ellas), son los ‘tesoros’ que el cadáver aún insepulto del centro comercial o mercado turístico San Andresito va dejando al descubierto a medida que las retroexcavadoras derriban sus ruinas.

A estos materiales sólo tienen acceso los recicladores o recolectores de basura que han constituido, con apoyo de la Empresa de Desarrollo Urbano (Edubar), pólizas de seguro contra accidentes y cuentan con su atención médica garantizada a través del Sistema de Beneficiarios (Sisbén).

No es para todos. Una decena de ellos permanecía ayer al pie de la ruina, recogiendo y clasificando todos los objetos dignos de ser rescatados para su reciclaje o incluso para su venta directa.

Otros tantos aguardaban con sus carros de mula en las afueras del cordón de seguridad instalado alrededor del inmueble —custodiado por la Policía Metropolitana y por personal del Escuadrón Antidisturbios (Esmad)—, implorando a gritos que les dejen ingresar y acercarse hasta la demolición para poder aprovechar también la profusión de desechos acumulados entre los escombros, que cubrían ayer buena parte de la cuadra de la calle 34 en la cual se levantaba una de las fachadas del ya desaparecido centro comercial San Andresito.

El drama de los maneros. Y más allá, al otro lado de la Vía 40, miembros del gremio de los maneros—que son aquellos vendedores que no tenían locales en San Andresito pero que llevaban su mercancía siempre en sus manos, entre los cuales se destacan los ‘plumilleros’, o vendedores de ‘lujos’ para automotores (antenas, plumillas para limpiavidrios, vivos, distintivos)— permanecían cruzados de brazos frente a sus locales comerciales o junto a sus puestos de ventas estacionarios, a la espera de clientes cada vez más improbables.

'Desde hace diez días no me cae un comprador', relata Luis Barceló, quien lleva más de treinta años ejerciendo la labor de plumillero frente a San Andresito. Atribuye esta escasez actual al cierre y a la demolición del centro comercial, ya que, según asegura, el 90 por ciento de sus clientes eran personas que llegaban a hacer sus compras en este lugar 'y aprovechaban para hacerle alguna ‘marañita’ a sus carros'.

Al igual que decenas de plumilleros, Barceló siente que ha sido excluido de los planes de compensación que la administración distrital ha diseñado para resarcir de sus pérdidas a las personas afectadas por la diligencia de restitución del predio de San Andresito a la esfera pública de la ciudad.

Sin explicaciones. 'Nadie se ha acercado a darnos explicaciones, sólo sabemos que los locales de este lado de la Vía 40 también van a desaparecer para dejar espacio al Transmetro', dijo, recordando que tres hijos y un nieto dependen de su trabajo para poder subsistir.

Álvaro Muñoz asegura que cuando se ha acercado a la Alcaldía a pedir soluciones, sólo ha recibido promesas vacías y evasivas.

Dice que uno de sus sueños en la vida es terminar de pagarle la carrera universitaria a su hija, pero en los últimos días no ha podido darle dinero ni para pagar los pasajes de bus que debe tomar a diario para ir hasta la Universidad del Atlántico. 'Nos ha tocado pedir a los vecinos, quienes nos han ayudado por solidaridad, pero todo tiene su límite... Quisiera que la alcaldesa se pusiera en mi lugar, que trate de imaginar lo que significa tener que interrumpir la educación universitaria de una hija por falta de recursos'.

Al igual que tantos otros —vendedores de cigarros, de guarapo, de café tinto, emboladores, limpiadores y cuidadores de carros, entre otros—, Muñoz pide que la administración 'se ponga la mano en el corazón' y actúe ante la precaria situación a la que se enfrentan muchas familias.

'A muchos les podrá parecer ridículo, porque no entienden la situación, pero lo que nos han quitado a nosotros es un pedazo de nuestras vidas'.

¿Una isla condenada al olvido?

Durante más de 35 años, Candelario Pérez (a la derecha en la foto) estuvo al frente de su negocio de venta de cerveza extranjera y licores importados en el sector del entorno de San Andresito conocido como La Isla, compuesto por una decena de estaderos parecidos al de Pérez.

'Estamos esperando', dice Candelario cuando se le pregunta por los planes que la Administración tiene para este conjunto de estaderos, y añade que guarda la esperanza de que a última hora decidan no demolerlo, teniendo en cuenta su valor patrimonial. 'Ese lugar ha sido como un refugio de esparcimiento para generaciones de habitantes de esta ciudad. Por ahí ha pasado gente muy importante', dice.

Indica que los últimos ocho días sin clientes y con los locales cerrados, han sido de los más tristes de su vida. Eliécer Charris (a la izquierda en la foto) está en la misma situación. 'Estamos fregados por todas partes. A la casa no entra un peso desde hace ya más de una semana', dice. Añade que no hay palabras para describir la angustia y tristeza que siente cuando piensa que el sitio que ha sido su lugar de trabajo durante 40 años tiene las horas contadas.

'Para nosotros no hay nada', dice Alexánder Orozco ante el 'injusto reparto' de los restos de San Andresito.