El Heraldo
Andrés Arciniegas administra una tienda en el corregimiento La Playa, la cual le arrendó un familiar suyo desde hace un mes. Orlando Amador
Barranquilla

Las tiendas, ‘centros sociales’ que se resisten a desaparecer

Según la encuesta Infocomercio, Barranquilla pasó de tener 4.416 establecimientos de este tipo en 2011 a 2.442 en 2013.

El cliente de tienda de barrio sabe que a esta no va solo a comprar, sino también a conversar.

El sitio es un ‘corredor’ de noticias: por ejemplo, si alguien del barrio murió, en la pared no faltará el aviso mortuorio, con la fecha y hora del entierro. Pero si le robaron a un vecino de la cuadra, entonces en ese pequeño espacio en el que revolotean las moscas tanto como las palabras, serán discutidas las versiones de los hechos, mientras el tendero despacha las 12 onzas de arroz y el cuarto de libra de carne que alguien le pidió.

“A estos negocios siempre viene la gente a comprar de a poquito, pero uno vende a veces entre $800.000 y $900.000 mil”, comenta Andrés Arciniegas, un tendero proveniente de Villanueva, Santander.

Según la encuesta Infocomercio, Barranquilla pasó de tener en 2011 una tienda por cada 270 habitantes, a una por cada 494 personas en 2013.

Pese a que este tipo de negocios se sitúa como el establecimiento comercial con más presencia en la ciudad, la Federación Nacional de Comerciantes (Fenalco) indica que el 78% de los locales están ubicados en estratos bajos, que solo un 2% en altos y que el 20% restante en sectores de clase media.
Para Dagoberto Páramo, docente de la Universidad del Norte que lleva más de 20 años investigando sobre el fenómeno social y cultural de las tiendas, estas son el “centro social de la gente del barrio”.

“El 28% de la gente en Colombia gana menos de 4 dólares al día, esas personas no tienen con qué ir a supermercados y esos son los que compran todo menudeado”, manifiesta el investigador social, quien ha centrado sus trabajos en este tema que considera de “mucha importancia”.

Una lucha solidaria. Arciniegas es santandereano, abre su negocio todos los días a las 6 de la mañana y lo cierra a las 9 y media de la noche. En su negocio pone a sonar rancheras y vallenato a bajo volumen para “amenizar”.

Él hace parte del 85% de tenderos de Barranquilla que provienen de Santander, le dicen ‘cachaco’ y comenta que fía “porque así toca en  este negocio”.

Aunque llegó hace un mes a la ciudad, porque un familiar le alquiló un local ubicado en el corregimiento La Playa, dice que piensa quedarse “un buen rato por estos lados”. Su acento santandereano aparece entre sus frases cortas, su entonación es fuerte y su trato es distante, pero cordial.

Confiesa que en su tierra es popular el éxito que tienen sus coterráneos al frente de estos negocios en terrenos atlanticenses.
“Dicen que el costeño no aguanta el ritmo de la tienda”, cuenta el hombre de 32 años que lleva a su natal Villanueva, literalmente sobre el pecho, pues viste una camiseta que tiene estampado el escudo de su Municipio.

José Duarte, presidente nacional de la Unión Nacional de Comerciantes (Undeco), explica que la gran mayoría de tenderos llegaron a la región Caribe tras huir del conflicto armado hace unos 30 años y que, en consecuencia, gran parte de estos tenían bajos niveles de escolaridad, por lo que no pudieron conseguir empleos en empresas.

Cuenta como entre los santandereanos fue afianzándose una “red solidaria” en la que ayudaban al que llegaba: le entregaban en arriendo un negocio. “Se lo vendían a crédito, sin más garantía de pago que la palabra misma”, indica Duarte. Al parecer, ese apoyo entre paisanos fue clave para que en muchas esquinas de Barranquilla haya una persona tras el mostrador a la que todos llaman ‘cachaco’.

Pese a que Fenalco revela que Barranquilla es, entre cinco ciudades de Colombia, la que más reporta ventas por cada tienda, en donde una sola de estas puede llegar a comercializar entre $200 mil y $500 mil diario, para Duarte “la tienda ya no es un buen negocio”.

Considera que el valor inmaterial de estos locales, en donde los comerciantes venden desde minutos hasta escobas, está puesto en su papel como “institución social” de los barrios populares.
“Hace 20 años una tienda daba 25% o 30% de utilidades diarias, pero hoy en día deja un 10% o 15% por la competencia de los supermercados. Otras han tenido que cerrar por inseguridad”, apunta el presidente de Undeco.

Del vale y el fiao. Cuando el cliente no tiene plata, llega a la tienda con un cartón en la mano que hace las veces de un libro de cuentas en el que el tendero lleva el registro de la deuda.

Antes eran cartones de cajas de cigarrillo, ahora lo que importa es que sea cartón. “Tu sabes, cuando uno no tiene plata, viene a fiar a la tienda”, dice Sara Serrano, una de las clientas de Arciniegas. Pero los créditos no pueden ser mayores que los ingresos para este nuevo comerciante.

En esa pequeña tienda, donde el santandereano ha pegado papeles a la estantería con el precio de cada producto “por si se me olvida”, el color de la pared no es visible porque la estantería está repleta de mercancía. Allí, simétricamente organizada por sección, marca y tamaño, está la apuesta de un hombre que cree que en Barranquilla le irá mejor como tendero que en Villanueva porque considera que aquí todavía “hay mucho por vender”.

“Nada le gana a  estos negocios”
Dagoberto Páramo, docente que ha investigado el fenómeno social que hay tras las tiendas, explica que la importancia de estos locales es el resultado del modo en el que los colombianos establecen sus relaciones sociales. Dice que desde la década de los 90 escucha advertencias de que estos establecimientos, casi palacios del menudeo, podrían desaparecer, “pero siguen ahí”. Comenta que es posible que en los estratos altos tiendan a desaparecer dichos negocios por la llegada de los supermercados, pero que no será igual para el resto de la ciudad. “La tienda no va a desaparecer si sigue cumpliendo un papel social”, sostiene.

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