Barranquilla

El silencioso trabajo social de estudiantes extranjeros

Jóvenes de distintos países llegan a Barranquilla en intercambios culturales y ayudan, con fundaciones locales, a fomentar valores.

“Es muy grande. Pensé que iba a ser como un pueblito”, dice Daniela Manzano, mejicana. “Escuché sobre Barranquilla en el pasado por Shakira y Sofía Vergara”, deja en claro el polaco Jan Dobrucki. “Si fuese por mí, me la pasara comiendo salchipapa todos los días”, comenta Ransés Bermúdez, nicaragüense. “Me gusta cómo bailan la música. En Europa es diferente”, admite Andreas Langes, o Andy, italiano.

Ellos hacen parte de los 14 extranjeros que se encuentran en Barranquilla, a través del proyecto Semillas de Arte de la organización juvenil AIESEC. (Ver recuadro).

Han llegado a ayudar a comunidades vulnerables y trabajan con las fundaciones Emanuel Puerta de Esperanza, en Malambo; Casa de la Mujer, en Lipaya, y La Mano de Jesús, en Buenos Aires. Durante su experiencia se encontraron con una ‘Arenosa’ llena de música, folclor y mucho color.

Dani, como le dicen sus nuevos compañeros a la mejicana, estudiante de mercado técnico y comunicación, admite que ha disfrutado la música, las discotecas, la comida y reconoce que la ciudad le gusta. “Todo me llama la atención, es supercolorido”, señala.

Jan, amiguero, divertido y crítico, habla español hace dos años. Aunque su pronunciación no es la mejor, es capaz de llevar una conversación sin tanto problema. “Acá tienen bosques tropicales, playas blancas. En Polonia no hay nada de esto. Polonia es diferente”, admite el estudiante de finanzas y contabilidad.

De 22 años, llegó a la Puerta de Oro de Colombia el pasado 19 de junio. Ese día el ambiente lo “sentía pesado”. No era para menos: Junior disputaba la final del torneo colombiano de fútbol.

“Estaba un poquito estresado porque había mucha gente en la calle. El partido de Junior, la música, el ruido y los conductores de coches son muy locos, muy ‘piratas’, muy rápidos”, asegura Dobrucki.

Ransés, por su parte, guarda rastros más latinos que los demás; cualquiera que lo ve creería que es local. El menor de todos con 18 años, admite que ha disfrutado la ciudad y le ha sorprendido la confianza de los barranquilleros. “Yo no me explicaba cómo podían acoger a alguien en su casa como si nada. Eso no es muy normal en Nicaragua, pero aquí lo ven supernormal, te tratan superbien y te dan de comer. Es increíble, como si fuese uno más de su familia”.

Y Andreas, el que menos domina el español, explica que en los últimos tres años vivió en Austria y que en Barranquilla  se ha maravillado con todo. “La comida, la música, el ambiente... todo es distinto”, explica con ayuda de un traductor.

Gustos y disgustos

Los jóvenes tienen que asistir a las fundaciones de lunes a jueves. Los fines de semana los tienen libres para explorar la ciudad e incluso la región. Taganga, el Parque Tayrona y Cartagena han sido algunos de los destinos escogidos para extender su experiencia en el país.

Para transportarse han utilizado taxis, Transmetro y buses. Todo con la guía y asesoría de sus buddies (amigos internacionales) que se encargan de acompañarlos y enseñarles a desenvolverse en Barranquilla.

Con el apoyo de los host (familias anfitrionas donde se quedan) los extranjeros también disfrutan de intercambios culturales en esos hogares.

Para ellos no ha pasado desapercibido el transporte público. Es uno de los temas que más controversia les ha causado.

Casi al tiempo, coinciden en mencionar que la movilización en la ciudad es “más costosa” que sus países.

Ellos deben ir desde las casas en la que se están hospedando hasta las fundaciones donde colaboran. En el caso de Daniela, debe trasladarse desde el barrio Las Colinas hasta Lipaya, donde realiza su proyecto social. Ransés y Andy descansan en el barrio San Felipe. De ahí debe emprender camino hasta Malambo, punto donde también colabora Jan. El polaco vive en el Hipódromo, Soledad.

“Son mucho más caros acá (el transporte en bus) que en Polonia. No hay descuento para los estudiantes, eso es muy malo. En Polonia, los estudiantes tenemos descuentos del 50%”, expresa Dobrucki con aspecto serio.

Trabajo barrial

Más allá de conocer y pasear, el impacto social que generan a 75 niños de las tres fundaciones, los impulsa a seguir trabajando en pro de ellos.

Jan y Andreas son los ‘profes’ de 18 niños del barrio Bellavista, en Malambo.  Enseñan inglés y en el tablero muestran cómo se debe crear una oración. Los pequeños participan activamente después de recibir la clase de polaco.

Al finalizar, Dobrucki anuncia que es la hora de leer. No ha terminado de pronunciar sus palabras cuando los alumnos, de entre 6 y 11 años, suben las escaleras y se dirigen al cuarto de lectura que les habilitó la fundación Emanuel Puerta de Esperanza.

En las paredes pintadas sobresalen Caperucita Roja, Pinocho, Alicia y los tres cerditos. Al fondo, en estantes, guardan los libros. Colchonetas y cojines están dispuestas para que los pequeños reposen mientras que sus ‘profes’ les leen.

El Pastorcito mentiroso es el primer cuento que, con atención, escuchan de Jan; después el joven polaco les lee La Gallina de los huevos de oro. Al terminar, con apoyo de Andreas, los pequeños explican la moraleja de cada cuento.

Además de la lectura, ejercicios como saltar la cuerda, hacer manualidades, jugar fútbol, entre otros, son los mecanismos que emplean los invitados para enseñar valores.

“Los niños son muy amables, son abiertos. En el primer día hemos pintado las banderas de nuestros países. La primera semana fue cultural. Me he sentido muy bueno aquí”, comenta Dobrucki.

Por su parte, Andy admite que los niños lo han motivado a hablar más en español. “Son amables. Los primeros días no hablaba español, pero después los niños me ayudaron a aprender”, dice en medio de palabras aún enredadas.

Mejorarles la vida

¿Qué les ha parecido el entorno social? Admiten que los ha marcado. Las necesidades básicas en las que viven los pequeños forman parte de lo que pedirían cambiar. “La calidad de vida es más difícil acá. No sé por qué, pero pienso que deberían poner mejores (mayores) impuestos para la gente que gana más y deberían darle dinero a la gente que tiene menos”, recalca el polaco.

Sonia Montoya, psicopedagoga de Emanuel Puerta de Esperanza, explica que el proyecto con AIESEC ha sido “beneficioso” para los niños. “Los ayudamos, a través de la pedagogía a salir adelante, a superar dificultades en sus ambientes familiares. Con los extranjeros han despertado un deseo de querer aprender y salir adelante, conocer nuevos idiomas y ciudades”, destaca.

Gastronomía local

Desde el plato típico de pescado y arroz con coco hasta las populares arepas, papas rellenas y chuzos desgranados, los muchachos han deleitado su paladar con la gastronomía barranquillera.

“Me gusta mucho la comida de aquí”, expresa Bermúdez con una sonrisa ‘de oreja a oreja’.

Con menos deleite, Jan dice luego de un viaje al Tayrona “quedé sensible” y explica que no sabe si el agua o una comida en especial lo obligaron a ir a consulta al hospital en Soledad. Lo que sí le ha fascinado es la variedad de jugos: “Nunca en mi vida había probado el de lulo, el de tomate de árbol”.

Salsa y diversión

En La Troja o La Fábrica, sitios a los que han ido a divertirse, los europeos y sus amigos no han pasado desapercibidos al bailar. Allí encontraron ritmos que no conocían, sonidos que creían saber bailar y géneros que los han tomado por sorpresa al retumbar en los amplificadores.

Así describe cada uno lo que han experimentado en las rumbas:

“Me gustan las fiestas y cómo bailan. Es un poco difícil para nosotros, pero aquí estamos aprendiendo y lo estamos haciendo bien. Todos nos han enseñado a bailar”, anota Langes.

Aunque reconoce que sí había escuchado la salsa, Daniela Manzano admite que en su país baila distinto. “Si me sacan a bailar, yo voy para un lado y mi parejo para otro. La salsa en México se baila muy diferente”, señala.

Al finalizar el recorrido aseguran que de todas las actividades en las que han participado la que más les ha gustado es interactuar con los niños que ayudan a educar. Dicen que cuando terminen el proyecto social, tienen pensado volver a “la ciudad más alegre” y reencontrarse en el Carnaval para disfrutar lo que les han contado de los cuatro días de fiestas, aunque aseguran que no saben cómo será pues aquí “siempre están de fiesta”, dice sonriendo Ransés Bermúdez al despedirse.

AIESEC, más que una organización juvenil

Jorge Murillo es el presidente de AIESEC sección Universidad del Atlántico.

El barranquillero explica que esta organización “trabaja en el desarrollo del potencial humano”. En el caso de los extranjeros que están en la ciudad, Murillo explica que ellos ingresaron a través del programa Voluntario Global Entrante.

“Están trabajando en un proyecto que se llama Semillas de Arte. La idea es impactar comunidades que tanto lo necesitan”, dice el presidente.

Durante la temporada de vacaciones  en la ciudad logran reunir entre 30 a 40 extranjeros. Los jóvenes costean sus gastos, incluyendo tiquetes, movilización y turismo. La organización les facilita los implementos para las actividades recreativas con las fundaciones.

AIESEC ofrece cuatro programas: voluntariado global saliente, voluntariado global entrante, emprendedor global o profesión global.

Los ‘aiesecos’, como se le denomina a los integrantes de la organización, trabajan desde principio de año en los preparativos necesarios para recibir a los invitados.

“Los voluntarios locales tienen que empezar a trabajar desde que inicia el semestre para poder recibir esta cantidad de personas”, agregó el encargado.

Personas naturales, universidades y empresas privadas son algunos de los entes encargados de apoyar económicamente el proyecto.

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