Este año van ya 419 asesinatos en Barranquilla, y lamentablemente no cesan las noticias que día tras día continúan inflando esta estadística hasta niveles que, puestos en contexto, rozan lo exorbitante.
Los números pueden resultar tal vez una fría manera de ponderar una situación que se remite a vidas de personas, no obstante, es mediante la cuantificación de las víctimas de los homicidios en la ciudad que se ratifica lo que venían anticipando las mediciones de percepción y se logra dimensionar hasta qué estado han llegado las cosas en el tema de seguridad, que en los últimos años se ha consolidado como una de las mayores preocupaciones ciudadanas.
Tal como reveló un informe publicado en la edición dominical de EL HERALDO, desde hace 10 años la ciudad no superaba la barrera de los 400 asesinatos al año. Desde entonces, el punto más bajo se registró en 2013, cuando hubo 319 casos. Lo natural y lo esperado, en vista del trabajo que realizan las autoridades responsables, es que estos datos tiendan reducirse. Sin embargo, en 2014 los asesinatos ascendieron a 343. Y en 2015 se dispararon vertiginosamente, faltando aún tres días para que se termine. Al ritmo que va, hay mucha oportunidad de que la cifra crezca: en la ciudad se ha cometido, en promedio, más de un homicidio cada día.
Hay otras señales de alarma que se pueden descifrar en los datos. La mayoría de los casos responden a sicariato y, según el Fondo de Seguridad del Distrito, un 35% de las víctimas tenía antecedentes judiciales. Esto va en concordancia con la tesis – sostenida por las autoridades – que apunta a que la situación responde, principalmente, a enfrentamientos entre bandas por el control del microtráfico de drogas. Pero esto no hace menos preocupante que el segundo motivo de ocurrencia de homicidios sean las riñas, con 110 casos en el año. Además, otros 45 asesinatos se produjeron en contexto de atracos. Ambos datos pueden leerse como indicadores de una posible ‘violentización’ tanto de la cotidianidad misma como de la delincuencia común.
Este panorama reclama una profunda reflexión, inaplazable en el propósito de consolidar el buen momento que Barranquilla ha alcanzado gracias a pasos decisivos en otros frentes igual de importantes, como la infraestructura urbana, el espacio público, la salud, el saneamiento de las finanzas y la recuperación de la confianza del Gobierno y los inversionistas extranjeros.
La alcaldesa Elsa Noguera alzó muchas veces su voz reclamando el concurso del Gobierno y la Policía Nacional en la solución de esta situación. El alcalde electo, Alejandro Char, ha hecho varios anuncios que dan fe de su determinación de abordar la inseguridad como prioridad. Ya se ha acordado el acompañamiento del Ejército en patrullajes en calle.
La Policía, en especial, afronta la imperiosa necesidad de revisar a fondo la efectividad de sus esfuerzos.
Pero la revisión debe ser para todos. No solo la administración tiene el reto de explorar qué actuaciones complementarias se requieren para intervenir la inseguridad. También los ciudadanos tienen la tarea de poner de su parte, pues en gran medida ha sido la intolerancia la que ha jalado el gatillo de la violencia. Esto va en contravía con el momento de reconciliación que vive el país. Y Barranquilla, otrora ‘remanso de paz’, no puede perder ni un centímetro del terreno recorrido en su ruta a la modernidad. No hay que olvidar que detrás de cada número que engrosa la estadística de homicidios hay una historia, una tragedia de una familia.








