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La vertiginosa propagación con la que se han extendido en la Región Caribe virus transmitidos por mosquitos, introducidos en los últimos años desde otras partes del mundo, lanza una alerta sobre la poca preparación en prevención en salud en las ciudades de la Costa.

Las preocupantes evidencias señalan que la escasez de controles y acciones preventivas hacen de los departamentos costeños tierra fértil para epidemias, sin más remedio para la población que resignarse a adoptar nuevos virus como parte del catálogo de enfermedades.

Si bien es cierto que las condiciones climatológicas aumentan la vulnerabilidad de esta parte del país, es necesaria una reflexión sobre qué tan oportuna y eficaz ha sido la actuación de las autoridades de salud para mitigar el impacto de esos nuevos enemigos públicos que responden a los nombres de chikunguña y zika.

En ambos casos, la impresión que deja el irrefrenable arribo, la masiva proliferación y la eventual asimilación de estos virus como una realidad que le puede tocar a cualquiera, es que a las entidades encargadas de velar por las políticas de salud no les queda más opción que dejar que lleguen y sigan su curso natural, lanzando una serie de recomendaciones básicas al pie de página. La población parece estar irremediablemente expuesta, como si no existieran herramientas y acciones concretas para combatir el mosquito transmisor y bloquear la línea de contagios haciendo seguimiento estricto a los casos confirmados.

En el caso del zika, que se encuentra en plena fase epidémica, el impacto podría ser mucho mayor de lo que se había advertido inicialmente. En un principio, las autoridades de salud le bajaron la temperatura con el argumento de que su tasa de mortalidad es incluso inferior a la del chikunguña, que a su vez cobra menos vidas que el dengue. Ahora está claro que los mayores riesgos radican en los efectos secundarios, puesto que científicos han encontrado que es “altamente probable” el vínculo del zika con microcefalia en bebés recién nacidos. Además, se estudia su asociación con el desarrollo del síndrome Guillain-Barré.

Quizá la prevención de los mismos ciudadanos habría sido más rigurosa si estas claridades sobre la dimensión del peligro hubiesen llegado antes, no cuando el número de casos ya supera los 20.000. Entre ellos, más de 1.900 son madres gestantes.

Lo menos tranquilizador es pensar en la proyección a partir de lo que sucedió con el chikunguña, del cual se han registrado ya más de 61.000 casos solo en la Región Caribe.

El mensaje que recalcan las campañas preventivas implica un llamado a que los ciudadanos eliminen los reservorios de agua que sirven de criadero al Aedes aegypti. No cabe duda de que esta debe ser una labor incesante, así como las actividades para promoverla, más allá de la coyuntura. Pero la acción contra el mosquito no puede reducirse a esta recomendación. Otros países han lanzado intensas y masivas jornadas de fumigación a fondo.

Ante la certeza de que el zika es mucho más serio y dañino de lo que se creía, vale la pena explorar todas las medidas a que haya lugar para combatir el mosquito. Lo que está pasando reclama replantear la estrategia contra esta y otras epidemias. No se puede caer en el error de subestimar el riesgo, ni soslayar que estamos hablando del animal que más muertes causa cada año en el mundo. Ninguna alternativa se puede desdeñar en el propósito de lograr blindar a la población de nuevos virus que pueda transmitir. Afortunadamente, no ha llegado algo peor.