Hoy se celebra en el mundo el Día de la Mujer.
Ha sido larga y difícil la historia de las luchas de la mujer por sus derechos. Desde los orígenes de la sociedad, y aunque esta ha vivido la experiencia del matriarcado –donde los madres ejercen un notable liderazgo–, la evolución humana ha estado regida por el hegemonismo masculino. Han sido los hombres quienes han escrito la Historia, y han sido ellos, además, los animadores y protagonistas de una de las más terribles y devastadoras invenciones humanas, como es la guerra, mientras las mujeres, como lo novela García Márquez en Cien años de Soledad, han suplido las ausencias hogareñas de los varones asumiendo sus familias y la manutención de los suyos: una de las mayores señales de sensatez, realismo y anclaje existencial de las mujeres.
Ya la Grecia clásica nos había legado a Lisístrata, la célebre heroína de Aristófanes, que se planteó sensatamente detener la locura de la guerra de los hombres promoviendo la huelga sexual de ellas para forzarlos a que abandonaran los campos de batalla y retornasen a la apacibilidad de los lechos conyugales, donde, obviamente, los riesgos de la muerte son infinitamente inferiores a los que surgen en cualquier escenario bélico.
Pero el gran despertar social y político de la mujer dio sus primeras grandes palpitaciones en la Revolución Francesa, a finales del siglo XVIII, bajo cuya inspiración emanó la ‘Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano’ y, posteriormente, la ‘Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana’. No obstante, fue a mediados del siglo XIX cuando los movimientos feministas por la libertad política tomaron particular auge alrededor de la reivindicación del sufragio.
En contraste, en Colombia las mujeres pudieron votar por primera vez hace 57 años, tras un largo aplazamiento antidemocrático explicable en un rígido conservadurismo ideológico que vaticinaba presuntos riesgos de disolución de la familia si a la mujer se le otorgaba igualdad política con respecto a los hombres.
Sin embargo, Colombia, en materia de reconocimiento a la mujer, ha avanzado. La Constitución del 91 no sólo proclamó la igualdad del hombre y la mujer sino que le garantizó a esta una adecuada y efectiva participación en la Administración Pública. Fue un salto normativo importante la llamada Ley de Cuotas, que reglamentó la participación femenina en el poder público. Lo mismo cabe decir de la Ley Estatutaria 1475, que estableció el 30% de inclusión femenina en las listas electorales.
Empero, Colombia tiene que consolidar una democracia donde las mujeres, efectivamente, gocen de igualdad de derechos y oportunidades, y no sean objeto de tantas vejaciones por una sociedad ostensiblemente machista, rezago cultural que no solo superaremos con soluciones legislativas sino con un cambio en la mentalidad ciudadana que nos haga una sociedad más respetuosa de la igualdad de género.