El Heraldo
Opinión

Límites a la negociación

Lo que quiere buena parte del país es que el conflicto de más de 50 años tenga un horizonte de materialización confiable. Tras el último atentado de las Farc, la idea que parece imponerse es la de poner términos temporales a la negociación.

Después del secuestro del general del Ejército Rubén Darío Alzate, el hecho de guerra que más ha estremecido la mesa de negociaciones de La Habana entre el Gobierno y las Farc es el ataque de esta guerrilla que causó la muerte de 11 militares en la zona rural de Buenos Aires, en el departamento del Cauca. 

El hecho se produjo en medio del cese al fuego unilateral por parte del grupo armado ilegal y provocó la decisión presidencial de reanudar los bombardeos contra los guerrilleros, que Santos había suspendido y  prorrogado un mes más basado en que hasta ese momento las Farc habían cumplido con su palabra.

El presidente, en el marco de un evento gremial en Cartagena, ratificó su compromiso con la paz, pero dijo que el camino para lograrla es “tortuoso”. Por su parte, Pablo Catatumbo, uno de los negociadores de las Farc, expresó que se van a producir nuevos enfrentamientos y que la salida es el cese al fuego bilateral. Entre tanto, los familiares y los militares de los soldados caídos procedieron a sepultarlos en sus lugares de residencia en medio de honores. 

Santos dijo que es difícil no ponerse furioso frente a la mortal emboscada guerrillera, pero que “hay que canalizar esa rabia hacia soluciones productivas”. El expresidente Uribe –el líder más crítico del diálogo con la guerrilla– aprovechó el suceso para pedir una pausa en la negociación a fin de reorganizarla, y el vicepresidente Vargas Lleras propuso que se le establecieran unos tiempos a los acuerdos, declaración que ha sido considerada como una diferenciación respecto a la postura presidencial, que hasta ahora no ha impuesto plazos perentorios al proceso de La Habana.  Sin embargo, Santos dio ayer un giro a su posición original, al afirmar que “hay que ponerle plazos” al proceso, pues “la paciencia se agota”. Lo que está por verse es cómo se traducirán estas palabras en hechos, y cómo influirán estos en las negociaciones.

La verdad es que la confianza del país ha quedado sumamente  afectada con este brutal ataque. Aun así, no han prevalecido las voces que reclaman el fin definitivo a las negociaciones. Las posibilidades  que el proceso continúe no parecen haberse cercenado, pese a la notable carga de dolor y lágrimas de los acontecimientos infaustos del Cauca. 

Sin embargo, como lo hemos expresado editorialmente en otras oportunidades,  lo importante, y lo que quiere buena parte del país, es que el cese de este conflicto de más de 50 años –que ha dejado una estela larga de muertos y mutilados – tenga un horizonte de materialización confiable.

Nadie desconoce que superar una guerra prolongada como esta implica perseverancia y paciencia de parte de los representantes del Estado, pero del lado  de la guerrilla tiene que emerger la decisión real de abandonar las armas como medio de lucha. Y, mientras esta no sea una decisión evidente, rotunda y clara para los colombianos, el proceso de La Habana seguirá aportando abundantes motivos para la incertidumbre nacional. Las Farc deben entender que el proceso no tiene solo enemigos acérrimos; también hay muchísimos ciudadanos que apoyan el diálogo, pero que empiezan a perder la paciencia. Esta no es infinita.

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